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El libro de Jorge

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El libro de Jorge
Nota de los editores

A principios de febrero de este año [1976], se leyeron por radio dos textos muy breves con el título genérico de “Traducciones del alemán”: “Objeto: silla” y “Objeto: vaso de agua”. Abarcaban poco más de una página cada uno y no traían firma, pero la respuesta inmediata del público fue asombrosa; sonaron los teléfonos durante una semana y hubo que repetir la lectura veintiocho veces en diez días.

A mediados de mes, Rubén Castillo, director de Discodromo, un programa de Radio Sarandí que abarca la tarde entera, recibió carta de una escucha, “María Julia”, donde se aportaban algunos datos: “Tuve una gran alegría cuando escuché por Discodromo que Ud. hablaba de Jorge. Creo que Ud. no sabe el nombre, pero el que escribió “Traducciones del alemán” sé que es un amigo de mi hermana mayor y que se llama así. Estuvo en casa dos veces y me dejó algunas cosas escritas por él. Conversaban con mi hermano hasta muy tarde y aunque no estaba con ellos, trataba de oír. La última vez que estuvo en casa fue que escribió lo que le mando”. Y María Julia agregaba dos “traducciones” más: “Verbo: Mover y sus derivados, conmover y remover” y “Objeto: galleta marina”.

Al conocerse estos textos, el interés del público se redobló y llovieron cartas y llamadas telefónicas tratando de localizar al autor desconocido o procurando explicar el origen de esa nueva manera del humor. Muchos pusieron en duda la originalidad de los textos (seguramente eran copiados o traducidos) y otros acusaron al autor de “hacer misterio” para lograr así mayor publicidad. Pero la mayor parte de las opiniones eran francamente favorables.

“He seguido paso a paso las vicisitudes del “affaire Jorge” –escribió la maestra Sara F. Orlandi– y desde que oí las primeras “traducciones del alemán” identifiqué a Jorge como uno de mis alumnos de sexto grado de hace unos cinco o seis años”. Y luego agrega: “Puedes imaginarte la alegría que experimenté al comprobar que las esperanzas que había depositado en Jorge no habían sido vanas”.

Una señorita se escuda tras el nombre “Lilian” y dice: “Puedo confesarte que estoy enamorada de Jorge. Pienso en él el día entero y, ¡qué vergüenza! Siento envidia de María Julia; nunca la vi, pero estoy segura de que es fea”.

En cambio, el señor Jaime Díez escribe: “Hay en estos trabajos un innegable airecillo burlón que todos los que somos o hemos sido estudiantes alguna vez utilizamos para ridiculizar el lenguaje en que están escritos los textos que nos mortifican durante el estudio. Por tanto, no hay más que una expresión de ese tradicional humor estudiantil que aparece en los cuadernos, las páginas en blanco de los libros de las bibliotecas, y aún en las paredes y puertas de los baños de nuestras universidades. Francamente, yo no hallo originalidad ninguna en ellos”. Y terminaba así su carta: “¡Por favor, señor Castillo! Usted no puede cometer el error de seguir adelante con estas ingenuidades”.

Pues ni las críticas agresivas ni la impaciencia creciente pudieron contener el éxito explosivo de esta nueva manera de hacer humor “como serio, pero cómico, descacharrante y profundo a la vez”. Al mes de conocerse “La silla”, el boom de Jorge era tal que “El Diario” dedicó el 5 de marzo un largo artículo al asunto, bajo un título sensacional, a ocho columnas: “Toda la audiencia de Discodromo Show en búsqueda de “Jorge”, un autor genial”.

El programa de Radio Sarandí y sus miles de oyentes se consagraron entonces a la labor detectivesca de revisar empecinadamente Montevideo intentando de todos modos localizar a Jorge y desvelar su identidad. No pudieron conseguirlo y la curiosidad insatisfecha empezó a hacerse cada vez más agresiva. El 20 de marzo llegaron las explicaciones y las réplicas del autor a sus acusadores; al leerse una y otra vez su carta, hubo escuchas que llamaron para excusarse y, en el mejor estilo de la radioverdad, se oyó llorar realmente a algunos o velárseles la voz por una emoción a otros, todo a propósito de unas pocas páginas escritas y transmitidas por una radio con la sola intención de hacer reír (y tal vez hacer pensar).

La carta de Jorge venía acompañada de un texto que estaba encabezado por la indicación: “Por si alguien duda de que yo sea Jorge”, y cuyo título es: “Traducciones del alemán. Objeto: Jorge”. Tanto la carta de Jorge que ese día se leyó ante el micrófono, como ese texto autodescriptivo, aparecen ahora encabezando esta edición.

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La carta de Jorge

Estimado, muy estimado Castillo: los almaceneros se preocupan por el mostrador y venden mercancía literaria y hay grandes globos que inflan de vanidad y así remontan un vuelo bajito sobre la provincia.

No tengo nada que ver con eso. Escribir es un oficio solitario y maravilloso que se parece a hacer el amor y cuando uno está jugándose la vida y la muerte en ese ejercicio serio, triste, profundamente gozoso, cuando uno está en la tarea de engendrar, no puede levantarse de ella y pasar el platito de recoger monedas o aplausos; por eso, irritables, inquisitivos y suspicaces, aquí me quedo, trabajando porfiadamente, y permítanme que no salga a hacer una reverencia ante el respetable público. Estoy ocupado. No, Castillo, no voy por la radio, no anuncio mi nombre, no me distraigo en salir a juntar lo que tengo escrito. A vos y a los que escucharon en vez de sospechar o agredir… Cómo me gustó oírlos. Pensaba: ¡qué suerte que seas así!

Hay que tener un lindo corazón y no un buche de avestruz para aceptar que una galleta marina sea tratada como Dulcinea del Toboso.

El mundo está esponjado de grandes dimensiones, contiene poesía y misterio en todas partes, por eso la gloria de la palabra hace que el hombre sea algo diferente a todo el universo: el hombre vive para morir, pero puede repetirse y salvarse y tener consuelo en la comprensión humana porque habla y se da a entender. (preciosa frase hecha: se da a entender) Y qué más? Nada más. Aquí no hay segunda intención ni nadie está trampeando nada.

Alguien busca palabras, desesperadamente, para atenuar el dolor y otros consumen con alivio esas invenciones.

Tú, Castillo, disponé de mis cosas como quieras; están hechas para ser usadas y cuanto más usadas, mejor. Permíteme, eso sí, quedarme afuera; en ese lugar donde están los formidables muchachos que, sin necesidad de firmar, escribieron el poema del Cid o la Ilíada o el Lazarillo de Tormes o las obras de Shakespeare, que bien se duda de que haya existido. Las grandes coplas populares se dice que son de Nadie. No me arrepiento de haber confiado en mi amigo Castillo; arrimás a cada uno limpieza y calorcito y buena voluntad. Como además tenés talento, la suma da: un gran tipo.

Una cosa te pido: no te dejes arrastrar (como alguna vez sucedió) por el malón de los indios; no maltrates a María Julia.

Digo a la manera de los notarios del reino: en el acto de abrazar la carrera de autor anónimo, nombro a María Julia mi heredera; en la casa de Pablo dejé mi librito de traducciones; usalo; para eso lo hice. Por supuesto, los perritos perdigueros pueden seguir corriendo sobre este rastro: yo soy María Julia; María Julia es el Papa y el Papa es la encarnación del Diablo. Todo con tal de que no exista la tentación de ver que la realidad es más de lo que parece, o la tentación de tener ternura por algo (una silla, un vaso de agua) o por alguien.

A ti, Rubén Castillo, te nombro, solemnemente tutor literario de María Julia. Cuando la conozcas verás, como yo vi, que se muere de delicadeza. Fue delicioso oír su voz, comportándose seriamente como hace la gente grande cuando va a la televisión y aspira al codiciado título de Miss Uruguay. Ella no tiene nada que ver con semejantes caricaturas, por eso debe haber hecho todo magníficamente mal. Estaba forzándose para dar la cara por mí. ¡Ni los dioses tuvieron un escudo más suave!

Chau, Castillo; gracias y un toquecito de luz para distinguirte y distinguir por la calle a los que me permiten estar menos solo diría: gracias y cariño,
Jorge.

P.S. Por si alguien duda de que yo sea Jorge:

Objeto: Jorge

Por estimaciones de inferencia reversal se ha detectado la presencia de artefactos escribientes en medio de los seres parlantes; son fáciles de identificar por un sexto sentido, colocado a modo de uña entre los cinco dedos de la mano derecha, que segrega tinta y rasca papel. Los Jorges y otros aparatos letrificantes de este tipo resultan bastante inútiles y poco prácticos en el seno de una familia normal; son difíciles de llevar de un lado a otro, poco formales como candidatos de la nena y tan inestables –debido a sus bobinas de temor y temblor– que pueden componer ciertas cartas los sábados de tarde y reírse de semejante insolencia adolescente en la madrugada del domingo.

Es común encontrar estos bichos tibios y de pocas plumas, en grupos de a uno, perfectamente abandonados y dialogando consigo mismos; tales monólogos suelen ser de alto interés psicológico.

En su precioso estudio “Tod, Auferstehung, Weltordnung” (Zurich, 1976) Carl Hentze transcribe uno de estos diálogos unipersonales en dialecto sudamericano puro. Escribe Hentze: “No te tomes en serio, pibe; no te vengas de muchacho de la película que pelea solo contra el malón de los indios. Te queda feísimo ¿o también vos trabajás para los bronces de Belloni?”.

Los especialistas afirman que de este punto, aún no totalmente elucidado, partirán las futuras investigaciones en torno al yo y al super–yo del ego (Véase: ¿Quién es el who?)

El orden del día de la próxima sesión indica: Primer punto: enterrar lo escrito y apuntar más arriba. Solo se trata de estar despierto mientras la ciudad duerme; andar en la negrura de la noche, saltar al abismo y mientras se cae, agarrar al vuelo águilas y cándores y echarlos al morral. Si el señor Alighieri pudo, ¿Ud, por qué no?

Atención: nadie que pretenda caza mayor se entretiene mandando cartas que explican. Se interna en la selva y vuelve con su presa. Y si no puede: que se lo coman los leones. Esta es la manera correcta de usar un Jorge.

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El próximo viernes 17 publicaremos Objeto: Fuego

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Los textos pertenecen a El libro de Jorge, Club del Libro n°1, agosto de 1976

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