Por Emiliano Cotelo ///
Esta semana asistimos a un hecho político muy importante: el cambio más significativo que ocurre en esta legislatura y, quizás, desde que el Frente Amplio (FA) llegó al poder en el año 2005.
Me refiero a la decisión del diputado Gonzalo Mujica de independizarse de las resoluciones del oficialismo. El golpe de timón cobró forma cuando, desobedeciendo la declaración de asunto político tomada por sus compañeros de bancada, votó a favor de la creación de una comisión investigadora sobre los negocios con Venezuela, impulsada por la oposición. Es cierto que ese gesto no alcanzó para que la comisión se aprobara porque el rechazo del FA logró sumar a Eduardo Rubio, de Unidad Popular. Sin embargo, Gonzalo Mujica dobló la apuesta y anunció que presentará una denuncia penal por las irregularidades que percibe en los préstamos que otorgó el Fondo para el Desarrollo (Fondes) y no descarta sumar esa acción a la presentación ante la justicia que prepara el Partido Nacional como camino alternativo para que estos temas sean indagados a fondo.
Gonzalo Mujica aclaró que aún sigue dentro de la coalición de izquierdas. Pero esa permanencia suena difícil, sobre todo si se analiza sus críticas a los desvíos que percibe entre sus compañeros, muy ácidas, y sus reclamos, en especial su demanda de un giro más profundo hacia “la derecha”. En cualquier caso, lo que sí quedó por el camino es la mayoría propia y automática con la cual contaba el Gobierno en la Cámara Baja. La bancada oficialista supo sortear algunas crisis, indisciplinas, desavenencias y hasta deserciones entre sus legisladores pero nunca no se había enfrentado a este escenario de manera explícita.
En el FA existe una gran molestia por esta situación y se la considera una muy mala noticia. Yo creo lo contrario: no solo es una muy buena noticia para el funcionamiento del sistema político nacional, sino también una buena noticia para el propio FA.
Muy bueno para el FA
¿Por qué digo esto último? Porque en esta tercera presidencia el FA viene desgastándose de manera fuerte, en un proceso donde juega como factor determinante el abuso que ha hecho de la mayoría propia. Piensen, por ejemplo, en la cantidad de leyes inconstitucionales o defectuosas que el FA ha sacado adelante pese a advertencias políticas y académicas, y que después ha sido necesario corregir, dejando por el camino tiempo perdido y daños varios. Piensen, por ejemplo, en la negativa a habilitar comisiones investigadoras en asuntos sobre los cuales existen, por lo menos, dudas muy razonables (como los negocios con Venezuela, que estuvieron en el tapete en estos días, o la forma de asignar los préstamos del Fondes) sobre los cuales el mismo FA habría montado escándalos si hubiese estado en la oposición y otro partido estuviese al mando del Gobierno. ¿El FA cree que le hace bien a su imagen el rechazo a esas investigaciones? Esa actitud cerrada, en bloque, le cae mal incluso a una parte importante de sus votantes y militantes, que ven cómo dirigentes y figuras provenientes de la izquierda han ido abrazándose a la estructura del Estado, más pendientes de sus intereses personales o sectoriales que de los intereses del país, incurriendo en conductas que durante décadas le criticaban a funcionarios colorados o blancos de administraciones anteriores. Esteban Valenti, Fernando Butazzoni y Gerardo Caetano han sido muy elocuentes con sus advertencias en ese sentido en La Mesa de
Ante esa combinación de soberbia y aire viciado que venía acentuándose, Gonzalo Mujica, con su portazo, le ofrece al FA una oportunidad de empezar salir del encierro.
Mitad y mitad
Es cierto que el oficialismo consiguió sus 50 diputados de manera legítima, en las urnas. Pero también es cierto que la obtuvo “raspando” y que, en sustancia, la ciudadanía quedó repartida en dos. Por eso mismo, debió haberse manejado de manera más abierta a las posturas del otro 50% del espectro partidario. Además, el hecho de aferrarse a la mayoría propia, obsesionarse por sacar adelante las leyes y otras resoluciones sólo con sus propios votos, llevó a que muchas veces adquirieran un poder desmesurado e impusieran sus posiciones algunos sectores del FA, incluso minoritarios dentro de él, que resultaban determinantes para que pudiera conseguirse los famosos 50.
Hasta ahora, casi siempre, la oposición debía esperar, incluso meses, que el oficialismo lograra sus acuerdos internos para que los proyectos llegaran a las cámaras. Y cuando eso ocurría, muchas veces, ya no quedaba tiempo para el trámite parlamentario razonable. A blancos, colorados, Partido Independiente y Unidad Popular sólo les quedaba espacio para dejar sentadas sus diferencias y, por supuesto, protestar por el ninguneo que sentían. Ese lugar mínimo que les quedaba en el juego político, por supuesto, radicalizaba las posiciones y volvía más agresivas las posturas de esos otros partidos.
De esta forma, el divorcio se retroalimentaba.
Oportunidad para todos
De ahora en más, tanto el oficialismo como la oposición tendrán un grado mayor de responsabilidad a la hora de plantarse ante las discusiones parlamentarias. Ninguno tendrá la llave para dar por concluido el debate y, por lo tanto, deberán intentar convencerse mutuamente.
De hecho, la oposición tendrá más posibilidades de que alguno de sus proyectos de ley encuentre eco entre los legisladores oficialistas. El FA no podrá seguir bloqueando sistemáticamente cada iniciativa que venga desde afuera de sus filas por el simple motivo de que le sea ajeno. Sí, porque en cualquier momento necesitará sentarse en una mesa de negociación con esa contraparte en la búsqueda de acuerdos para sus propias propuestas.
Por supuesto que este nuevo escenario también tiene sus riesgos.
Si la negociación se limita a la búsqueda del voto número 50, sea con Gonzalo Mujica o con un parlamentario de la oposición, la vida política uruguaya se envilecerá. El camino no es ir en busca del infiel de la balanza. Lo verdaderamente saludable es que este nuevo tablero político conduzca a consensos que sean lo más amplios posible. El país lo necesita. Porque enfrentamos desafíos muy serios, por ejemplo en las áreas críticas tan mencionadas de educación, seguridad pública e inserción internacional. Porque debemos reactivar la economía. Y porque tenemos que evitar que la población quede dividida en dos, como ha ocurrido en países cercanos, donde los enfrentamientos han resultado tan nocivos. Ese “tajo” no se ha configurado todavía entre nosotros, pero cada tanto se insinúa y debería preocuparnos.
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Emitido en el espacio En Primera Persona de En Perspectiva, viernes 04.11.2016, hora 08.05