Por Gabriel Bialystocki ///
Ahora sí, veintisiete días después de haber arrancado este viaje, voy a compartirlo con ustedes.
El lunes 14 de diciembre amanecí temblando de fiebre.
Llamé a la emergencia, vinieron enseguida, me dieron medicación para la fiebre y por supuesto, me mandaron hisoparme.
Dos días después, me enteré que era positivo de covid-19.
Contagié además a mi esposa (quien tuvo síntomas leves), a mi hermano, a mi hija y a su novio, que fueron todos asintomáticos.
Ahí estuve nueve días seguidos con fiebre que no se iba, muy molesto, pero sin ningún otro síntoma. Solo no tenía ganas de comer, apenas comía algo una vez por día pero sí tomaba agua abundante para estar hidratado, cosa que es clave con la fiebre.
La atención de Cosem fue impecable en todo momento: todos los días me llamaba un médico para saber como estaba, hacerme preguntas, y la única indicación era que si en algún momento tenía dificultad para respirar, llamara inmediatamente a la emergencia.
Al día siete, empecé a notar que estaba muy cansado. Nunca tuve dolor, nunca perdí gusto ni olfato, nunca tuve tos (si flemas), pero en ese momento ir desde la cama hasta al baño me dejaba exhausto.
Nunca entendí que eso era falta de oxígeno, yo sentía que respiraba perfectamente.
Hasta que el día nueve, miércoles 23 a la tardecita, me fui a dar una ducha para ayudar a bajar un poco la fiebre, cosa que hacía hasta dos veces al día. Y entonces sentí que no podía levantar los brazos para enjabonarme, no tenía fuerzas.
Ahí pensé: ok, acá está pasando algo.
Le dije a mi esposa: "Mirá, me pasa esto, así que llamo a la emergencia" (siempre calmado, y más adelante me voy a extender sobre esto). Y de nuevo destaco lo que es el SEMM, llegaron en minutos.
Me pusieron un aparatito en el dedo que mide la saturación del oxígeno en la sangre, algo que obviamente desconocía y de lo cual ahora aprendí. Normalmente uno tiene que estar saturando entre 95 y 100%. Yo estaba en 83 y, obviamente, bajando.
Me pusieron una máscara de oxígeno, me subieron a la ambulancia y diez minutos mas tarde estaba en la emergencia del Sanatorio Americano.
Me pusieron una vía, empezaron a pasarme antibióticos (dos distintos), corticoides, suero, y seguramente alguna cosa más.
Al rato me subieron a una habitación en el sector covid, que está en un área aislada, obviamente.
Al mediodía siguiente conocí a la Dra. Laura Fraga, quien sería (es) mi doctora tratante, quien me dice: "Mirá, con la mascarilla esta no estás <levantando> como me gustaría, así que te vamos a subir al CTI. Ahí tenemos una máquina con lo que llamamos OAF (oxígeno de alto flujo)", que te mete aire como para inflarle las ruedas a un Airbus (esto lo digo yo, no ella).
Acá me voy a detener, para extenderme sobre el tema de la calma. Y explicarles que tengo la inmensa suerte, bendición a esta altura, de haber heredado la cabeza fría de mi viejo.
Papá era un tipo que hacía un uso del sentido común constante, y ante cualquier situación se daba un tiempo para pensar, razonar, siempre tranquilo.
Créanme, y esto lo vine charlando con las doctoras que me fueron viendo y enfermer@s, que mantener la calma es el 50% del partido.
Obviamente, después viene la biología pero eso va por otro lado, y la manejan los médicos.
Solo vos podés mantener tu cabeza de pie, y jugando a tu favor.
Dicho esto, en el momento en que me anuncian "vas al CTI"… ahí si la cabeza se me fue un poquito. Y me pasó algo muy loco, eso que uno ve en las películas y suena a un cliché pero es tal cual: vi pasar toda mi vida en fotos, como diapositivas, una atrás de otra.
Eran todas fotos lindas, como ir pasando las hojas del álbum de tu vida completo.
No pensaba que me iba a morir, pero era algo como "ok, fue esto, cincuenta y cuatro años de todas estas imágenes", y como una cosa de "bueno, si fuese que llegamos solo hasta acá, no estuvo mal".
Solo sentía como una pena de si no llegase a haber nada más.
Esto diría que pueden haber sido diez minutos, media hora, no sé. El paso del tiempo ahí es difuso.
Así que ahí marché al CTI, adonde estuve durante ocho días enchufado al bendito OAF.
Y acá tengo que detenerme a hablar sobre lo que es la atención que recibí: les aseguro que esto es primer mundo, y del bueno.
Ya ni hablo de las instalaciones, los protocolos de limpieza, la comida (que está muy bien), sino, fundamentalmente, de la parte humana que es impresionante.
Acá hay un equipo de leones y leonas que me cuidaron como si fuese un hijo, siempre explicando cada cosa, siempre dando para adelante, dándome la mano enfundados en sus trajes de astronauta (que son bien incómodos y calurosos), teniéndome confortable arreglándome la cama a cada rato, limpiándome, bañándome como a un bebé en la cama.
Esto obviamente no lo hacen solo conmigo: los vi hablarle y acariciar a un paciente sedado y entubado, diciendo "dale, Trujillo" (espero que hayas terminado bien, Aníbal), "vas a andar bien, vas a salir". Se me pone la piel de gallina mientras lo escribo, cuando lo escuché lagrimeaba.
Esta gente es anónima, muchachos.
Nadie sabe quién es Soraya, ni Sebastián, ni Franco, ni David, ni Natalia, ni Agustín, ni Walkiria. Nadie conoce a Lucía, ni a Majo. Ni tampoco a Carolina.
Nadie sabe que una tiene dos nenas, que otra no ve a sus padres desde hace meses porque son mayores y no quiere exponerlos, que casi todos trabajan en al menos dos lugares, que casi todos entran y salen de cuarentena constantemente (¿te imaginás el stress solo de eso?), que muchos ya se contagiaron, que varios pasaron las fiestas solos, o acá trabajando.
Son un ejército de amor, peleando silenciosos por nosotros contra este bicho de mierda.
Les pido que piensen aunque sea un minuto, en todos ellos. Por ellos y por ustedes, porque si llega el momento en que los precisás, van a hacer lo mismo por vos también.
Yo, ahora, tengo el privilegio de conocerlos a todos. Y se quedan conmigo para siempre.
Ocho días más tarde salí del CTI, y empecé con otra parte lateral de esta recuperación: después de tantos días acostado, tu musculatura simplemente se evapora. Me di cuenta que las piernas me habían quedado como escarbadientes, y sin fuerza alguna.
Pero la doctora me dijo "vos tranquilo, que eso se recompone", y así es. Lo primero fue pasar de la cama a sentarme en el sillón, ¡un triunfo!
Un día después, con un caño de oxígeno de varios metros, logré caminar hasta el baño de la habitación, no más de seis metros. Ayudado por un enfermero, pasito a pasito, y parando varias veces. Y cuando me pude sentar en el wáter, con su ayuda, después de trece días a esa altura… no podía creer.
Esos son los detalles, créanme. Todas las cosas que hacemos sin pensar, en forma automática, y que damos por sentado.
Un día o dos más tarde ya estaba caminando por la habitación, yendo al baño y a ducharme solo, y demás. La puta gloria, créanme.
Ahora bien, para qué escribo esto, ¿no?
Obviamente, tuve muchísimo tiempo para pensar. En todo. En mi vida, en todo este proceso, en la enorme suerte que tuve y sobre todo, en cómo hacer de este viaje un antes y un después.
Porque si no lo hiciera, sería un pelotudo importante.
Así que pensé que esto merecía ser compartido.
Para que se sepa qué hay atrás de este virus del orto, que esto no es joda, que hay que cuidarse, que cuidarse es cuidar al resto.
Que si ves a alguien que no se cuida, le hables. Le expliques que estamos todos en un viaje loco, del que solo se sale a huevo.
Y también para que sepan algo de lo que les puede pasar si se lo pescan. Obviamente cada caso es distinto, pero hay generalidades también.
En estos últimos días, repensando cada capítulo de este viaje, una cuestión me rondaba la cabeza. Soy amante de la estadística, los datos, y se me ocurrió pensar lo siguiente: cuando me subieron al CTI, ¿cuáles serían mis chances? ¿50/50? ¿70/30? ¿80/20?
Ayer se lo pregunté a la Dra. Fraga, y me dijo: "No, vos no estabas tan mal, eras un 90% seguro".
Tuve mucha, pero mucha suerte.
Y mañana me voy a casa.
Publicado originalmente en la cuenta personal de Facebook de Gabriel Bialystocki
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Escuchá acá la entrevista de En Perspectiva con Gabriel Bialystocki a raíz de su relato