Por Felipe Flores Silva ///
Esta nota es continuación de la nota: Qué es la literatura, título rimbombante, si los hay. Doy por sentado que quienes lean ésta, antes habrán leído la otra, si no podría ocurrir que mucho de lo que aquí se diga no se entienda totalmente. La razón de separarlas es por un criterio modular. Me parece que puede haber quienes quieran leer directamente ésta, no necesitando la introducción, y me imagino que si cada una de por sí ya es suficientemente larga, juntas compondrían casi un libro (aunque por cierto soy de los que piensan que los libros no muerden). Ambas son notas de divulgación, escritas no para académicos, sino como apoyo a quienes deseen escribir y necesiten una mínima orientación, y a pedido de la producción del Concurso de Cuentos Breves de En Perspectiva.
Como vengo de releer la primera nota, quiero hacer dos breves precisiones. En los ejemplos que nombré al pasar de aspectos que pueden complacer al lector (buena historia, aciertos sintácticos, figuras literarias, etc.) omití los para mí más importantes: las descripciones o elementos que sirvan a la definición de las atmósferas donde ocurren las historias, y el tratamiento de los caracteres de los personajes. Sobre esto abundaré –espero– más adelante. La otra precisión es que cuando termino diciendo que quien desee escribir debe de estar dispuesto, obligado, a tratar de dejar algo de sí en el otro, no estoy poniendo al narrador en la obligación de enseñarle nada a la humanidad. Si no, sería demasiado difícil escribir. Es decir, no hay que plantearse: “si Cervantes amplió el paradigma de significados con el adjetivo ‘quijotesco’, ¿qué otro adjetivo puedo inventar yo?”. Hay que simplemente sentir esa cosa tan personal de querer darle forma a algo que surgió en uno y que demanda que se le dé forma. Es como haber quedado embarazado. Sentir un hijo en las entrañas que puja por salir. Y como todo parto, requiere de un gran esfuerzo. Recuerdo que en El pozo, Onetti (cito de memoria) dice algo parecido, en el sentido de que la literatura solo vale si se la toma como el último manotón de ahogado. Eso para mí es importante, leer a alguien que me habla desde las entrañas y no como alternativa entre sentarse a talentear desde una máquina de escribir o servirse un té con leche y ponerse a jugar a las cartas. Pero, no es la única receta, si no todos los que quisieran escribir tendrían que empezar por desnudarse e irse a vivir debajo de un puente con una hoja y un lápiz (la soberbia crítica moderna –me refiero a la uruguaya– habla con desdén de esta postura, como extremista, será por eso que desde Onetti nadie aquí ha escrito nada que valga la pena). En cambio, sí, me exaspera descubrir lo contrario: el demagogo, el que busca el aplauso fácil, el que escribe no para sí, sino para lo que cree que le gustaría oír al otro. Esos son mercenarios del lenguaje y no voy a nombrar a ninguno para no herir sensibilidades.
No deseo abundar más en el tema, para no apartarme de mi plan y terminar con una tercera nota por escribir. Tal vez una de las formas de explicar mejor qué se debe hacer es diciendo qué no se debe hacer. Me viene a la memoria ahora el comentario de Maggi sobre la barra del café Metro. Decía que era despiadada y que una vez Ángel Rama se puso a leer una novela que había escrito, y al terminar se hizo un silencio y Mario Arregui le espetó: “¿y eso, para qué?”, con lo cual mató a la única novela que Ángel escribió en su vida. Yo no quiero matar la inspiración de nadie, aparte de que los zapatos de Mario Arregui me quedan tan grandes que me darían para meterme con la cabeza y todo adentro. Solo pretendo, humildemente, orientar sobre errores que no hay que cometer a la hora de ponerse a escribir, sin extremismos, porque en definitiva lo más importante de todo es leer mucho y escribir mucho y olvidarse de mí.
Voy a situarme entonces –como está dicho– en el escenario de un concurso de cuentos breves, con consigna. Un concurso de literatura, en el cual, sin generalizar, entiendo que ocurre mucho ese facilismo de poner una consigna o tema sobre el cual el cuento debe versar, sin demasiada orientación (ignoro siquiera si corresponde que se oriente, pero es lo que mi experiencia me indica que debería hacerse). El cuento ya de por sí plantea muchos problemas. El propio Mario Arregui, uno de nuestros mejores cuentistas, decía que en realidad a él solo le había salido bien un cuento, y había otro que “arrimaba”. A diferencia de la novela, corta o larga, el cuento narra un episodio puntual, en el cual la historia debe de ser única y cerrarse en sí misma. En la novela, no necesariamente hay historia. Las hay en las que el avance de la acción es capital, el argumento, y las hay en las que la historia es casi una justificación para pintar atmósferas y personajes. De acuerdo a la clasificación que parte de Ferdinand de Saussure, las primeras son narraciones sintagmáticas, las segundas paradigmáticas. Las nociones de sintagma y paradigma, tan importantes para el análisis estructural del relato y para la definición de metáfora y metonimia, trataré de explicarlas de la forma más simple posible. Todo significado puede valorarse en función del significado que le sigue en el discurso (sintagma) o puede valorarse en función de todos los significados del paradigma de significados que no están presentes, porque el que está presente es justamente el que se eligió y se pone en valor.
Dicho más para niño de escuela: cuando uno escribe va agarrando palabras del paradigma de significados y las va ordenando en una oración (sintagma). Por ejemplo, aquí elegí la palabra “agarrando”, en lugar de la más apropiada “cogiendo”, por razones obvias. Sin quererlo, caí técnicamente en una metáfora, porque nosotros no tenemos garras para agarrar nada de ningún lado. Pero se entiende lo que quise decir igual, porque “agarrar” y “coger” tienen “semas” (unidad mínima de significado) comunes, por ejemplo el de la cualidad de la aprehensión. De manera que –aunque no era el propósito entrar en figuras literarias– ya podemos ir viendo qué es una metáfora: una metáfora es la sustitución de un significado por otro, de tal forma que el significado sustituyente remita al significado sustituido a través de una asociación por semejanza. El ejemplo clásico es el de “las perlas de la boca”. Esta expresión tan bella tiene otra fuerza que la expresión simple “los dientes”, porque el significado sustituyente (las perlas) le agrega “semas” al significado sustituido y uno se imagina unos dientes blancos y brillantes, apetitosos.
Pero, quiero volver a las dos clases de novelas y pasar rápidamente al cuento. La definición de metonimia y sus ejemplos, la dejo para otra ocasión. Solo adelantar que es también una sustitución de un significado por otro en la cual el significado sustituyente remite al sustituido no por semejanza, sino por su relación de vecindad en un sintagma tipo.
Ahora, si uno piensa en la película Un hombre y una mujer, el argumento poco importa. Lo que importa es la música, las caminatas por la playa, los gestos de los actores, el amor que se va construyendo ante los espectadores de forma paulatina y dedicada. En cambio hay películas –básicamente en el cine estadounidense– en las que el argumento es tan complejo que nadie lograría contarlo completo, una vez vistas. Hay un test clásico para saber qué orientación tiene uno, si paradigmática o sintagmática. Tal vez, si hay interés, podemos hacerlo como parte de los comentarios.
Las novelas pueden contener infinidad de episodios, a veces nos hacen participar de la vida de personajes, desde su juventud hasta su decadencia. Mi novela favorita, la única que leí tres veces en distintos momentos de mi vida (y no me moriré sin leerla una cuarta), Suave es la noche, de Francis Scott Fitzgerald, relata –dicen que de manera autobiográfica- el auge y la crisis de un matrimonio. Si tomamos a los poemas homéricos, podemos decir que la Odisea es sintagmática y la Ilíada paradigmática, motivo principal que produjo la “cuestión homérica”, gracias a Dios hoy superada, pero que en el siglo XIX hizo pensar a algunos estudiosos que eran obras de distintos autores. En la Odisea hay un protagonista y las aventuras que debe padecer en los diez años de su retorno a Itaca. No es fácil para nadie memorizar el argumento. En cambio, la Ilíada trata de un solo episodio (la cólera de Aquileo) que narra apenas unos días de los diez años que duró la guerra de Troya. La salida y la vuelta del semidios a la batalla, le sirve a Homero para enseñar todo lo que hay que saber sobre las conductas de los hombres y sus consecuencias. Ahí está todo sobre los caracteres, el amor, el prestigio y la muerte. No hace falta saber más nada.
El cuento, en cambio, requiere de una unidad argumental episódica (no me pregunten entonces por qué la Ilíada no lo es; la Ilíada no es un cuento porque es una epopeya en verso dividida en 24 cantos). En la novela Trópico de cáncer, incluso en El extranjero o en El lobo estepario, el argumento poco importa, en cambio en Un mundo feliz, o en Madame Bovary el argumento es clave (todos ejemplos de novelas, obviamente). El cuento debe de tener historia, por necesidad. Lo mismo el cuento breve. Tiene que haber algo que se cuente, para que sea un cuento. No obstante, no puede ser un mero recuerdo trillado y predecible, no puede ser una descripción tipo postal, no puede ser un acto de demagogia para congraciarse con los lectores y buscar el aplauso fácil. Tenemos entre nosotros modelos excelentes, como Horacio Quiroga o Felisberto Hernández. Hay que leerlos. Voy a hacer una lista incompleta de errores que he visto que se repiten en trabajos de talleres literarios y que hasta terminan en forma de libro:
1. Fuera de género: aunque parezca mentira, hay gente que se presenta a certámenes de cuentos, con poesía. La lírica es un género literario distinto a la narrativa o la dramática. Me parece bien que haya gente que escriba en verso, siempre vale escribir, pero quedará irremediablemente fuera de concurso.
2. Fuera de tema: cuando el llamado es temático, hay que atenerse a la consigna. Hay mucha gente que cuenta un cuento propio (me refiero a escrito de antemano), a veces hasta bueno, pero para “salvar” el asunto hace una referencia al tema totalmente accesoria. No cuenten con que al jurado se le pasará, nunca se le pasa. Si el tema es un cuento con mesa (tema difícil, si los hay), no vale poner en la mitad de la historia una mesa en una esquina, con tanto valor como habría sido poner un florero. Como tengo mi lado cholulo, ayer me vi el Master Chef Argentina. La consigna era hacer un plato con tomates y se ofreció a los cocineros una enorme variedad de tomates. A una de las concursantes se le ocurrió hacer una musaka griega, con una rodaja de tomate de adorno. Donato (uno de los jurados) le dijo que si un día estaba en un restaurante y le pedían para el nene un plato de pasta con manteca y queso, no podía llevar una musaka. La loca salió llorando, convencida de que la eliminarían (quedaban cinco y tenían que quedar cuatro), pero insólitamente el jurado eliminó a otro, que había cumplido con la consigna, pero el plato no era tan rico como la musaka. Yo que sé, hay de todo en la viña del señor, así que tal vez haya que hacer todo lo contrario de lo que yo indique.
3. "Composición": El error más recurrente es caer en la “composición”. En las escuelas nos enseñan a redactar, es necesario y útil, durante la formación y luego hasta como ejercicio. Pero contar qué hiciste en las vacaciones, no tiene ningún interés para el lector ignoto. Los lectores –y el jurado debe de pensar en ellos- no son maestras, prestas a corregir redacciones. Son gente que tiene la buena voluntad de ponerse a leer y es necesario captar su atención para que no abandonen la lectura. Si el tema es el perro y uno se pone a escribir que lo recogió de chiquito, que creció junto con él y que luego se murió y lo extraña, más allá de lo genuino del sentimiento, no hay que perder de vista la función poética. Seguramente habrá otros cien que escriban algo parecido y salvo que la forma sea la que utilizaría Cervantes, no tendrá interés. Digo lo de Cervantes, para afirmar lo de la función poética. El Quijote es maravilloso por su contenido. Pero, si cualquiera se pone a tomar nota de las acciones que suceden y se pone a reescribir la historia tal cual, nunca escribirá el Quijote, porque las palabras que usó Cervantes son únicas.
4. "Licencias": En las novelas se pueden tomar licencias, hay algunas que resultan como torturas. Yo he leído, de autores que me encantan, algunas cosas que me han superado. Me propuse leer el Doktor Faustus de Thomas Mann hasta el final. Libro enorme, que me llevó semanas. Solo disfruté las partes en que caía en la instancia narrativa e interrumpía la escritura sobre el músico prodigio, para hablar de lo que sucedía en la Alemania en guerra, mientras escribía. Todo lo otro es un bodrio jamás visto e interminable, en un autor genial. Las 30 primeras página de El proceso, con la interminable detención del señor K (no por dificultosa, sino porque Kafka se regodea en mostrarnos al señor K parado en el medio de la pieza), son indigeribles y te hacen pensar en qué razón tenía el checo cuando las tiró a la estufa. La peste de Camus es un calvario de gente que se enferma y se muere sin solución de continuidad. Seguramente no lograré la aprobación de nadie con respecto a esto, pero en el cuento no hay lugar para licencias, menos si sólo se dispone de mil caracteres. Es imprescindible ser claro. Hay muchísimos cuentos que no se entienden. No por mal redactados, que claro que también los hay, sino porque se dan por supuestas cosas que no están supuestas. No se puede contar con que el lector está en la mente de quien escribe. Realmente me he devanado los sesos tratando de entender relatos que ni modo. Escribir bien no es escribir difícil, ese cupo ya se lo apropió Joyce.
5. Prolijidad: También es bastante común que ideas buenas se cuenten de manera muy desprolija. No me refiero a una falta de ortografía, que no debería de haber, pero se puede corregir. Tampoco a la deficiente puntuación, que a veces hace muy difícil la lectura para quienes eventualmente deben realizarla al aire, sobre todo por la cuestión de las ambigüedades. En general hay tolerancia en los concursos radiales respecto de esto, porque se privilegia lo bueno. Pero, hay historias que realmente aparecen contadas tan mal que uno diría que es por gusto, y se haría necesario reescribirlas para que pudieran pasar. Las formas son imprescindibles. Quien no repare en ellas es porque no siente placer en escribir. He participado con jurados en los que se reciben cuentos a la media hora de haberse lanzado la consigna. Toda escritura debe reposar mínimamente. Por lo menos dos días, para ser vuelta a leer y corregir (el ideal es un mes, pero no siempre hay ese plazo).
6. El Jurado: Está prohibido hacer mención a miembros del jurado. El jurado no puede ser parte del relato, ni el programa, ni el desafío que representa. Todas esas consideraciones están fuera de lugar y -para mí- son descalificantes. Lo mismo las menciones a posturas políticas. Esto no se trata de “dar línea”, ni de caer en demagogias, para congraciarse con nadie. La literatura no sirve a la política, sirve al arte. Y la búsqueda del aplauso fácil me resulta lastimosa. Si el tema es “cuentos con mesa” y acaba de fallecer Galeano, la mención a que se pasa por delante del café brasilero y se ve la mesa vacía, es sensiblera, pero sobre todo demagoga. Como también lo será la mención a Ghiggia, cualquiera sea la consigna que toque, si se trata de un llamado próximo a su muerte.
7. Cuentos sobre "cómo escribí el cuento": El abuso en el uso de la instancia narrativa tampoco es válido. Escribir: “estaba frente a la hoja en blanco y no se me ocurría nada, pero sentía la obligación de participar en mi querido concurso de la inefable Tertulia de los viernes; de pronto, mágicamente, como traída por la musa, me arribó la solución…”, es una muy mala práctica. Al lector no le interesa saber de las dificultades que el autor tuvo que sortear. Menos que hable de sí mismo. Resulta egotista y cursi. Y en el ejemplo que puse, desde ya, alcahuete.
8. "Animación": Es muy recurrente el recurso a la animación de los objetos. Habría que tener la magia de Borges y ni así. Incluso la fábula es un género dificilísimo de hacer bien. A veces, este defecto es complementado con la búsqueda de la sorpresa, escondiendo la animación hasta el final. La ficción no requiere de “verdad”, que en rigor es una palabra que no existe, por definición, en literatura. Ni siquiera cuando se hace autobiografía o biografía a secas. Pero, requiere verosimilitud. Lo que se escribe tiene que ser creíble y nadie cree que una mesa se haga reflexiones sobre la calidad de quienes se sientan a ella, o las cosas de las que fue testigo.
9. Sobre los sentimientos: También cae en la cursilería expresar sentimientos no creíbles. Las mesas no evocan las cosas que se pretende que evoquen, tampoco las hojas que uno mira al amanecer. Salvo que se sea Neruda. Lo más trillado en la consigna “cuentos con mesa” es hablar de la mesa familiar de los domingos. Salvo que no se use mantel, la mesa es lo único que no se ve. Está bien recordar el olor a tuco que se siente desde la vereda, recordar a la abuela amasando, pero todo eso, ¿para qué?, diría Arregui. A nadie vamos a sorprender ni mucho menos enseñarle nada, si le hablamos de lo que por sí mismo ya sabe. De la misma manera, no es creíble que a las mesas se les asignen importancias que no tienen (me acompañó toda mi vida, desde cuando preparaba exámenes, hasta cuando jugaba sobre ella con las novias que traía a casa).
10. Impudicia: Uno de mis autores predilectos es Henry Miller (ya mencioné a Trópico de cáncer), de manera que estoy muy lejos de ser pacato. Por el contrario, me siento integrante de la generación que inventó el amor libre. Pero, una cosa es cómo uno piense y otra cosa es la impudicia y peor el alarde. Hay gente que siente que si no “choca” al lector, no está satisfecho. La impudicia, por la impudicia misma, no es agradable, produce rechazo.
11. Cuentos híper breves: En este concurso radial, hubo (jamás decir “hubieron”, please) algunos muy buenos aciertos con el cuento de una sola oración. Recuerdo puntualmente en la consigna “cuentos con perro”, el cuento Salí de acá. Tres palabras pueden tener la enorme virtud de condensar toda una situación polivalente, porque puede ser recreada de muchas maneras. Yo “vi” al tipo sentado sobre un almohadón en el piso, mirando la tele, y el perro molestándolo y sin dejarle ver el partido. Eso no significa que toda cosa híper breve vaya a ser buena. Si yo digo: “llegó el flete y vi bajar a la compañera del resto de mi vida (una mesa)” estoy paradójicamente diciendo mucho más de lo que sería necesario decir, por pocas palabras que use.
12. Relatos sin historia: Como de alguna manera ya está dicho por contexto, o tal vez habría que incluir este caso en el de los “fuera de género”, hay muchos relatos sin historia. Antes hablamos de las poesías, ahora habría que hablar de los pretendidos ensayos y las meras descripciones. En algunos casos se cae simplemente en la postal. Recuerdo uno que escuché de una buena postal sobre el pesebre, que –para mí– no debió pasar la prueba. Hay casos peores, porque caen en la petulancia. En el tema de la mesa, ponerse a hablar sobre la función de la mesa a través de la historia, no es un cuento, es solamente un alarde de conocimientos impertinente. De todas maneras, digo que son los intentos –para mí– menos graves, porque aunque caigan fuera del género, suelen hacer algún aporte (como la musaka griega), y como dije antes, la sola voluntad de ponerse a escribir, vale.
13. En el límite: Hay cuentos que están en el límite de lo admisible y lo fundamental pasa a ser la forma en cómo están contados. Un cuento sobre la mesa de un boliche, que con el paso del tiempo se va quedando sin tertulianos, es un cuento peligroso. Puede caer en lo trillado, puede caer en lo irrelevante, porque en definitiva lo importante no es la soledad de la mesa, sino la muerte de quienes se reunieron en torno de ella. Se puede caer en la exageración, si el bolichero la dejó vacía y con prohibición de que nadie la volviera a usar, o en el acierto, por el mismo motivo, según se cuente (hay que lograr que la mesa se convierta en metonimia de personajes que no se conocen; muy difícil).
14. Humor: Los cuentos con humor son otra categoría peligrosa. El humor suele ser función poética, pero tiene más énfasis en la función apelativa, si se trata de un mero chiste. Porque quien cuenta un chiste lo que busca es provocar la risa en el receptor del mismo. Hay muchos cuentos que son sólo chistes y hasta malos, o groseros gratuitamente. Resultan molestos por el desparpajo y casi la falta de respeto con el jurado. Pero el humor sutil y bueno, puede ser decisivo para la valoración de una buena historia.
15. Ingenuidad: Hay cuentos que pecan de exceso de ingenuidad. El relato de una anécdota infantil suele ser híper valorado por quien la escribe. Hay que tener mucho cuidado a la hora de mandar el cuento. Ver si realmente tiene interés, si aporta algo que puede tener algún valor para quien no esté implicado. Si en suma, no se cae en la mera “gracia” que uno le contaría a una amiga, mientras toman el té.
16. Los "desalentadores": Yo les llamo “desalentadores” a aquellos cuentos que se regodean en el bajón, que te dejan con un sabor gratuitamente amargo. No es porque busque el optimismo, por el contrario, soy de los que valoran películas con finales terribles, como Intriga en la calle Arlington. Los finales no tienen que ser felices, porque suelen no ser creíbles. Tampoco las tramas tienen que ser alentadoras. Una de las primeras novelas de las que me enamoré, fue El pozo de Onetti, narrada casi que desde el inframundo. Pero, como siempre, la verosimilitud es lo básico. Si se le ven los hilos, estamos fritos. El regodeo en lo feo, por el regodeo mismo –para mí- no es de recibo.
17. El "sueño": Otro recurso muy trillado que nunca falta es el del cuento que al final se descubre en meramente un sueño, cuando la mamá despierta al narrador con el café con leche (levantate, nene, que es hora de ir a trabajar). Hay que evitar lo predecible, no suma, resta.
He tenido especial cuidado en no citar a mi padre, porque he recibido otras veces ese reproche (es una religión para mí). Pero recuerdo una nota juvenil que descubrí entre sus papeles y publiqué una vez en Jaque, sin saber si había sido publicada antes (creo que no), en la que habla sobre la literatura. Me quedó la imagen del que se tira a las profundidades, busca la perla y la trae a la superficie. Seguro que no había leído a Campbell, en cuyo “monomito” el héroe sortea las pruebas, consigue el vellocino de oro, y lo devuelve a su comunidad. Pero, la tenía más que clara. Toda literatura tiene que tener algún tipo de perla que no estaba accesible para los demás. Esa perla puede ser una mera metáfora. A mi padre le encantaba inventar metáforas. En la nota que escribió para El País de Madrid, habla de cosas muy dispares y costumbristas. Habla de nuestra tierra y de su abuela. Dice que su abuela materna, tan católica, decía en voz baja que tal pareja estaba casada por lo de Martorell. Martorell era una chocolatería que estaba ubicada justo en la calle de atrás de la catedral (por supuesto que todo contado con la atmósfera de la época, los azulejos blancos de la chocolatería, el país que fuimos, con sus calles, su gente y sus árboles). Era la forma eufemística que tenía mi bisabuela de decir que aquel matrimonio era ilegítimo, que se había “consagrado” por atrás de la Iglesia. La nota sigue con varios párrafos referidos a nuestra realidad política, obviamente muy duros con la dictadura, y al final, cierra con una referencia al Goyo Álvarez, del que tan sólo dice: presidente, pero por lo de Martorell. No se me ocurre adjetivación más lapidaria. Eso, para mí es literatura (aclaro, para que no parezca que me contradigo, que mi padre no usaba a la literatura para hacer política; mi padre era un periodista y esencialmente un político, que cuando escribía de política, las formas literarias le salían solas del tuétano; pero nunca se llamó a sí mismo un escritor, aunque Maggi y Onetti hayan dicho que fue el mejor de su generación).
Viene de…
¿Qué es la literatura?, por Felipe Flores Silva
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