Por Rafael Mandressi ///
El viernes pasado, a las ocho de la noche, al volver a mi domicilio hice un alto en el supermercado. Tenía en el bolsillo una lista de artículos, garabateada 12 horas antes frente a la heladera abierta y con la perspectiva de un fin de semana con dos partidos interesantes por la Eurocopa, es decir acontecimientos que requerían alimentos chatarra para consumir frente al televisor.
Al cabo de 20 minutos, estaba frente a la caja, viendo cómo mis compras pasaban una tras otra por el lector de código de barras. Cuando le tocó el turno a la fruta seca y todavía quedaban por pasar el paquete de rabanitos y el queso semiduro, cumplí con el rito, que se parece mucho a un trastorno obsesivo compulsivo, de pedirle a la cajera la bolsa de plástico justo en el momento en que se oye el bip del antepenúltimo artículo.
“No hay más bolsas de plástico”, me respondió, “están prohibidas”. “¿Desde cuándo?”, quise saber. “Desde hoy”. Efectivamente, el 1 de julio había entrado en vigor una prohibición que yo, consumidor desinformado, ignoraba. En virtud de una ley aprobada el 19 de agosto de 2015, a partir del viernes ningún comercio en Francia podía ya facilitar a sus clientes bolsas de plástico de uso único y no biodegradables, cuyo espesor fuese menor a 50 micrones. Solo quedaron exceptuadas, provisoriamente, las bolsitas destinadas a pesar los alimentos, que también habrán de desaparecer el 1 de enero de 2017.
Queriendo saber un poco más, vine luego a enterarme de que en Francia se consumen 17.000 millones de bolsas de plástico por año, que la fabricación de una de esas bolsitas insume un segundo, que se las usa en promedio durante 20 minutos entre la compra y el momento en que van a parar a la basura, y que después pasan 400 o 500 años desagregándose lentamente.
Supe, así mismo, que más de las tres cuartas partes de los desperdicios que pueblan los océanos son plásticos, cuya masa total ronda los 150 millones de toneladas y crece a un ritmo de 8 millones de toneladas anuales, es decir aproximadamente la carga de un camión recolector por minuto. Me enteré también acerca de la existencia de grandes remolinos provocados por las corrientes oceánicas en algunos lugares del globo, cuya fuerza centrípeta aglomera esa basura y forma enormes placas de detritus, compuestas en su mayor parte por minúsculos fragmentos de plástico en suspensión. La superficie de la más grande de esas “sopas de plástico”, situada en el Pacífico norte, equivaldría, según se desprende de los estudios oceanográficos disponibles, a un tercio del territorio de EEUU.
Hay más: al parecer, las tortugas marinas se tragan las bolsas de plástico confundiéndolas con uno de sus alimentos preferidos, las medusas. De modo que hay cada vez menos tortugas, y cada vez más medusas. En las playas, habrá pues que decidir cada vez con mayor frecuencia si meterse al agua a pesar de las aguavivas, o quedarse en la arena, rodeado de envases de refresco y bolsas de supermercado.
En el Mar del Norte, más del 90 % de las aves tendrían plástico en sus estómagos, ya que su alimento son peces que ingirieron plástico a su vez. En total, habría unas 260 especies animales afectadas por la basura plástica, que termina en el chupín de pescado que nosotros mismos degustamos un domingo de invierno.
También hay bolsas de plástico en tierra firme, por cierto: se las puede ver abrazadas a los tejidos de alambre como murciélagos presos, volando los días de viento, tapando bocas de tormenta, desparramadas sobre el césped de los parques y jardines.
De modo que el sábado, un poco menos ignorante que la víspera sobre el basurero en que vivimos, sobre las bolsas de plástico y sobre las razones de su prohibición, mientras cortaba los rabanitos a la espera del partido entre Italia y Alemania y se calentaban las papas fritas congeladas que había comprado, dos preguntas me rondaban la cabeza: ¿Por qué no las prohibieron antes? y ¿qué esperan para prohibir el resto?
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Emitido en el espacio Tiene la palabra de En Perspectiva, lunes 04.07.2016
Sobre el autor
Rafael Mandressi (Montevideo, 1966) es doctor en Filosofía por la Universidad de París VIII, historiador y escritor. Desde 2003 reside en París, donde es investigador en el Centro Nacional de Investigación Científica, director adjunto del Centro Alexandre-Koyré de historia de la ciencia y docente en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales. Es colaborador de En Perspectiva desde 1995.