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Entrevista central, martes 2 de febrero: Julio María Sanguinetti

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EC —El libro tiene 22 retratos, pero en realidad incluye uno más, que aparece indirectamente, que es el suyo. A través de las impresiones y vivencias que usted vuelca sobre esos personajes también va entregando, revelando retazos de un Sanguinetti que tal vez no sea tan conocido.

JMS —Es subjetivo, como es un relato subjetivo uno lo dice no desde la pretensión de hacer una visión más objetiva, omnicomprensiva del personaje, sino desde la memoria personal. De modo que, de algún modo, sí.

EC —Por ejemplo, confiesa que, cuando joven, pudo perfectamente haber sido blanco o colorado.

JMS —Cuando adolescente, cuando niño. Como es notorio, yo soy bisnieto de Chiquito Saravia, nada menos, el de la carga de Arbolito, y cuando era niño mis tías Sanguinetti me llevaban a los actos colorados y mis tíos blancos, que eran blancos independientes, los hermanos de mamá, me llevaban a actos blancos. Ahí vi por primera vez a Wilson, que era un muchacho también, en un acto de la juventud; era un poco mayor que yo, pero ya estaba hablando.

O sea que mi opción fue racional, porque ni mi padre ni mi madre pretendieron influirme demasiado en el tema o quizás nada. Evidentemente me identifiqué con la visión, con la actitud y el sentido constructivo del Partido Colorado, de la construcción de la sociedad y del Estado, que es lo que más me llamó. Y lo que me sigue llamando y motivando.

EC —Otro momento en que usted aparece es a propósito de la relación con Raúl Alfonsín, el expresidente argentino. Dice: “Vivimos juntos desde la presidencia horas de lucha y de esperanza. Me sentí orgulloso cuando mandó juzgar a los montoneros y a las juntas militares, a los que condenaba por igual. Lo vi sufrir amargamente cuando las rebeliones militares le impusieron las leyes de punto final y de obediencia debida. En largas jornadas de avión, en las que él amablemente nos llevaba, discurríamos sobre estos temas junto con nuestros cancilleres, Enrique Iglesias y Dante Caputo. No siempre coincidíamos y debatíamos apasionadamente. En esos casos, él me acusaba de ‘italiano’, por mi tendencia a buscar atajos políticos para alcanzar un resultado, yo le replicaba con su condición de ‘gallego’ por empecinado y peleador”.

JMS —Son las características psicológicas. Si no, mire hoy lo que pasa con España. En una reunión del Círculo de Montevideo, hace un año, Felipe dijo: “El problema de España es que va a una fragmentación política tipo italiana. Pero va a tener un problema muy grande: que no va a tener italianos para gestionarla”. Y el otro día leí en El País de Madrid un artículo que se titulaba Andreotti, ilumínanos, aludiendo a esa necesidad del acuerdo, del entendimiento, que es muy propia de la política italiana y es muy ajena a la política española, que es rotunda, blanco y negro. Basta ver estos días que cada líder dice “a este no lo votaré nunca”; más que decir a quién van a votar, todos dicen a quién no van a votar de ninguna manera.

Raúl era un personaje entrañable en su autenticidad, era siempre Raúl, a todos los efectos. Con esa pasión que tenía, nuestros debates siempre eran más bien sobre los temas económicos, sobre los temas militares, sobre qué hacer con el pasado, y eran situaciones muy distintas la de Argentina y la de Uruguay. Teníamos sin embargo la misma visión histórica del Río de la Plata, porque los dos éramos antirrosistas y antiperonistas, aunque él había ido moderando su pasión, a tal punto que llegó a hacer un acuerdo con [Carlos Saúl] Menem, que muchos le reprocharon.

EC —El acuerdo para introducir la reelección en la Constitución.

JMS —Y se lo sigue reprochando mucha gente. Cuento ahí que soy testigo privilegiado de lo que eran sus dudas, porque conversábamos muy íntimamente. Tenía dudas sobre el tema, decía: “Al final la reelección va a terminar saliendo de mal modo, y esto más vale encauzarlo y ver si podemos hacer una Constitución que parlamentarice más el sistema”. Era su visión, lo hizo con muy buena fe.

EC —Yo decía que el libro presenta 22 relatos, pero que en realidad tiene un vigesimotercero, que es el suyo… Y podría agregarse un vigesimocuarto, porque me impresiona con qué frecuencia menciona en esos textos a su esposa, Marta Canessa.

JMS —Bueno… somos un matrimonio con 55 años de vida, lo cual requiere un proceso de adaptación mimético, por más que tengamos temperamentos muy distintos y muy dispares. Temperamentalmente somos muy diferentes, quizás por eso nos hemos ido complementando a lo largo de tantos años, más los años de noviazgo. Hoy es raro, por eso llama la atención a veces. Debería ser algo más o menos normal, pero los tiempos dicen que los matrimonios son menos estables que el que logramos construir nosotros desde la vida diaria, desde el esfuerzo en que comenzamos la vida, ella como profesora en el Instituto Batlle y Ordóñez, del cual había sido alumna, y yo desde el periodismo, el derecho, hubo una época en que fui abogado…

EC —Hubo una época en que fue abogado

JMS —Hubo una época en que fui abogado. Y en la época de la dictadura volví a ser abogado, tuve que desempolvar el título y volver a ejercer la profesión.

EC —A propósito de Marta, una de las tantas anécdotas viene en torno a la relación con el matrimonio Mitterrand. Cuenta en la página 79: “Cuando muere Mitterrand, Danielle –la viuda– le pregunta a Marta si puede venir a descansar a Anchorena con algunos de sus colaboradores, y así lo hizo”. ¿Esto se había difundido?

JMS —No lo sé, creo que no, pero fue así. Danielle Mitterrand también era muy distinta de su marido. Yo diría incluso que políticamente era mucho más socialista, porque era socialista-socialista y él venía del Partido Radical y antes de movimientos incluso más de centroderecha. Él fue deviniendo a lo largo de la vida y su modalidad temperamental también era bastante distinta. Eso se atribuye por un lado a la amistad que había ido trabando Marta con ella y por otro a la magia de Anchorena. Felipe González también, termina sus 14 años, me llama por teléfono y me dice: “Me quiero ir unos días a descansar ahí. ¿Puedo ir a Anchorena?”. Es también la magia de eso. Pero la relación con Francia fue muy importante en aquellos años. Alguna gente no lo entendía o a veces no lo entiende, dice “a vos te gusta mucho lo francés”.

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