EC —Usted plantea una explicación no demasiado conocida de un capítulo de la política exterior de su primer Gobierno.
JMS —Sin ninguna duda. Hay mucha gente que no advierte eso. Estábamos en un proceso de transición difícil; teníamos por un lado la transición de la deuda externa, que la teníamos que hacer con EEUU, que era la potencia, y por otro lado una transición institucional difícil, con amnistías, con todos los debates de ese tipo, para lo cual procurábamos también tener algunos socios internacionales importantes. EEUU desgraciadamente en lo político no legitimaba tanto por lo que había sido su historia con las dictaduras.
EC —Usted dice: “Era fundamental el apoyo de los dos Gobiernos socialistas más prestigiosos de Europa, el de Felipe González en España y el de Mitterrand en Francia”.
JMS —Fue una decisión política. Por eso digo que con Mitterrand lo que fue una decisión política terminó siendo una gran amistad.
EC —Esa es la pregunta que me surge a continuación, sobre la cual hay pistas en el libro: entendido el razonamiento en el que se basó y del cual partió, ¿cómo se entiende que, del otro lado, esa relación fuese tan bien correspondida por el Gobierno de Mitterrand?
JMS —Diría que Mitterrand tuvo inicialmente una simpatía aproximativa por la tradición del republicanismo laico del Uruguay, muy parecido al francés.
EC —Usted recuerda que en la primera visita oficial, en el año 1987, “Mitterrand no escatimó atenciones”.
JMS —Es verdad; hasta fue al aeropuerto, cuando no iba nadie a recibir a nadie.
EC —¿Entonces?
JMS —Diría que la primera aproximación fue esa, la de encontrar aquí, en América del Sur, un país tan parecido institucionalmente a Francia en ese tipo de encare de la República y del Estado. Países además con estados fuertes, en la escala relativa de cada uno. Francia es el primer Estado nacional consolidado de Europa y se encuentra acá con un país de dimensiones geográficas pequeño pero muy parecido en todas sus características, en su educación, en el Estado laico. A partir de allí se desencadenan una serie de afinidades y aproximaciones también personales que, repito, terminan en una amistad, él nos distinguió en otro sentido.
EC —Después hubo otro hecho que contribuyó y enriqueció ese vínculo, que fue el triunfo del arquitecto Carlos Ott en el concurso para diseñar la Ópera de La Bastilla.
JMS —Exactamente, ahí nos distinguió tanto que los primeros en el protocolo éramos el presidente norteamericano y yo. Uruguay en ese lugar no parecía demasiado lógico, pero era esa actitud de él, muy personal. Tenía ese estilo monárquico; ahora se están celebrando 100 años de su vida y se debate a propósito de eso, dicen “el republicano más monárquico que existió”. En su estilo quizás sí. La presidencia francesa, construida por De Gaulle, tiene esa característica, la de ser una presidencia republicana, una vez que fue elegida por el pueblo, lo cual la distingue de todas las otras presidencias europeas o de todos los jefes de Estado europeos, y por otro lado esa cosa del Estado casi monárquico que es tan francesa, la grandeur, la grandeza en ese sentido que tiene Francia y que Mitterrand indudablemente representó.
EC —En el libro da una interpretación a propósito del porqué de la sintonía personal entre ustedes dos, dice: “Él no era un socialista de origen marxista, sino todo lo contrario. Formado en corrientes de derecha, había ido derivando hacia posiciones del centro republicano y luego de moderada izquierda con un fuerte acento de liberalismo filosófico. Ese itinerario abonada nuestra correspondencia”.
JMS —Sí, porque la socialdemocracia es un producto sincrético del liberalismo político de un lado y del socialismo por otro. Y los socialdemócratas a veces vienen del marxismo, es una cosa, o a veces vienen del liberalismo, que es otra cosa.
EC —Felipe González venía del marxismo.
JMS —Venía del marxismo. Los batllistas socialdemócratas venimos del liberalismo. Son visiones con matices distintos. Esas son las aproximaciones que uno tiene con los personajes, en el diálogo, en las coincidencias, a veces en las discrepancias. Creo que esto, sin ser un texto histórico, ayuda a entender la historia, porque la parte subjetiva es muy importante. Es difícil no entender o no atribuirles a los personajes las características personales. Cuánto hay en los grandes personajes, en los Napoleón, en los Wellington, de cosa personal en el ejercicio del poder. Por eso digo que desde ese ángulo, desde esa perspectiva, la parte humana importa también para entender el sentido de las actitudes políticas.
EC —Para muchos, tal vez sea una sorpresa encontrar en este libro la relación frecuente y muy cordial que Julio María Sanguinetti tuvo con Gabriel García Márquez. ¿De dónde viene ese vínculo?
JMS —Del mundo literario, porque tenemos muchos amigos en México y él vivía en México. El matrimonio de Aguilar Camín y Ángeles Mastretta, ambos escritores, ahí vimos varias veces a García Márquez. También a través de Ernesto Zedillo, en los años de presidencia. Porque García Márquez siempre estuvo cerca de los presidentes, esa es su característica, le gustaba esa relación con el poder, e incluso en la charla siempre preguntaba mucho sobre el poder, tenía esa fascinación.
EC —Dice en el libro: “Tenía fascinación por el poder, por el ejercicio del poder político, al que analizaba anatómica y fisiológicamente”. Y de ahí su amistad con Fidel [Castro], con [Omar] Torrijos, con [Bill] Clinton…
JMS —Exacto, preguntaba esto, lo otro, cómo es esto, cómo es lo otro, cómo viste a este otro, cómo te parece. Es lo que desentraña en tantas de sus novelas. En otra dimensión Carlos Fuentes, que también era muy amigo de él y muy amigo nuestro, tiene La silla del águila, una novela sobre el poder. En México eso es muy fuerte. Específicamente es ese núcleo de gente, tuvimos el privilegio de ser amigos tanto con Octavio Paz como con Carlos Fuentes, por ejemplo, que son una especie de cardenales.
EC —Otros retratos del libro.
JMS —Otros retratos del libro. En la vida de México son muy importantes los intelectuales, hay países donde no lo son y otros donde sí. En EEUU los intelectuales no son muy importantes en el debate público ni en la vida política; en Francia, en cambio, son muy importantes. En México son más importantes que en cualquier país sudamericano, y tanto Octavio como Carlos Fuentes eran como dos grandes sacerdotes con sus fieles de un lado y del otro, en un largo período enemistados, además. Tuvimos el privilegio de poder transitar entre las dos capillas con buen éxito y siendo ambos personajes extraordinarios.
Entre otras razones, por eso nunca me gustó la Unasur, lo de tener una Unión Latinoamericana sin México. ¿Cómo se entiende la América Latina moderna sin Carlos Fuentes y sin Octavio Paz, los que mejor han explicado esa relación entre la cultura hispánica y la cultura sajona del norte, como es natural por su vecindad? En el Río de la Plata no hay demasiada especulación sobre eso porque hemos estado muy lejos, nuestra relación histórica fue después de la colonia con España más bien con Inglaterra, nunca con EEUU, que estaba muy lejos. Pero en este caso sí, y han sido dos personajes extraordinariamente influyentes. Diría que Octavio es el primer intelectual de izquierda que rompe con el marxismo cuando descubre lo que eran los campos de concentración soviéticos. Eso le generó una larga polémica y difamación que le dolió toda la vida, porque no terminó de asumirla nunca, hasta ya maduro, ya viejo, antes de morir le seguía doliendo esa incomprensión. Quizás le faltaba el cuero duro que la política desarrolla.