Entrevista con Juan Miguel Petit, Comisionado Parlamentario para el Sistema Penitenciario.
EN PERSPECTIVA
Miércoles 28.10.2015, hora 8.20
EMILIANO COTELO (EC) —Motines, récord de reclusos muertos, hacinamiento, falta de atención médica, mala alimentación y maltrato a los familiares en las visitas.
Ese era el escenario en las prisiones uruguayas en julio de 2005, cuando la Asamblea General nombró a Álvaro Garcé como el primer comisionado parlamentario para las cárceles. Su designación se dio unos meses después de que el presidente Tabaré Vázquez declarara el estado de emergencia en el sistema penitenciario.
Garcé se mantuvo nueve años en funciones, hasta que en octubre pasado renunció para sumarse a la campaña electoral del Partido Nacional (PN). El cargo estuvo vacante hasta ayer, cuando la Asamblea General nombró al abogado y periodista Juan Miguel Petit como el nuevo comisionado.
¿Qué desafíos le toca enfrentar? ¿Qué impronta personal tendrá su gestión?
Vamos a hablar de algunos de estos temas con Juan Miguel Petit.
Esta entrevista es un desafío para mí, porque yo trato de usted a todos nuestros invitados, incluso a varios que conozco, con los cuales tengo años de relación. Esa es la regla en este programa. Pero con Juan Miguel es muy difícil mantener el usted, porque desde los 80 vamos y venimos y nos cruzamos…[incluso hemos trabajado juntos más de una vez…]
JUAN MIGUEL PETIT (JMP) —Si no me equivoco, en esos años, 83, por ahí, aquí en frente, cuando tú estabas en la [CX] 30, un joven Emiliano de vaquero y championes me hizo una entrevista. El mismo Emiliano que hoy.
EC —Empecemos con la ubicación de Juan Miguel Petit, para entender qué tipo de comisionado parlamentario vamos a tener de ahora en adelante. Tú sos abogado, pero de hecho no has ejercido la profesión. ¿Por qué?
JMP —No, nunca ejercí la profesión. Estudié abogacía –es raro decirlo hoy en día– porque me gustaban el periodismo y la cosa pública. A los más jóvenes les va a resultar difícil entenderlo, pero en la época de la dictadura básicamente había seis, siete carreras que eran las clásicas: abogacía, escribanía, medicina, ciencias económicas, química, arquitectura… No había posibilidades de estudiar periodismo, ciencia política, sociología, etc., etc., en esos años 77.
Y bueno, la de abogacía además era una facultad que tenía un aire de resistencia, de resistencia cultural, allí daban clases profesores como Barbagelata, Tarigo, Gamarra, entonces en esa facultad de los años 77, 78, a veces simplemente entrar a clase, ir a una clase de derechos humanos de Barbagelata –yo no estaba reglamentado en sus clases– y escucharlo ya era un acto de resistencia. Ir al Sportman y llevar alguna publicación bajo el brazo, llevar El Día, llevar La Plaza, aquella revista que sacaban Pérez Aguirre y Carámbula (padre), alguna publicación que caía en nuestras manos, ya eso en aquel páramo era toda una resistencia y era la puerta a lo público, al Estado, a la comunicación.
EC —Justamente, en tu historia, en tu trayectoria, hay muchos años dedicados al periodismo. Esa sí que ha sido una gran vocación. ¿Esa es la vocación de fondo?
JMP —Probablemente. Hay una revista francesa que se llamaba… estaba Le Nouvel Observateur, pero estaba El Observador Comprometido, que diría que es la observación apasionada de ciertas cosas, con mucho entusiasmo, que te lleva a meterte y a veces con muchas dudas a comprometerte a hacer cosas y sentir que también es parte de una misma arena.
EC —Un hito destacado en tu carrera periodística fue la investigación que el semanario Jaque realizó en el año 1984 del caso Roslik, la muerte por torturas del militante comunista Vladimir Roslik, que ocurrió en el batallón nº 9 de Fray Bentos el 16 de abril de ese año. Fue la última víctima de la dictadura, pocos meses antes de las elecciones. Un trabajo complejo, valiente, que llevaste adelante con Alejandro Bluth, con Manuel Flores Silva –que era el director de Jaque– y con el apoyo fundamental de Manuel Flores Mora.
JMP —Exactamente. Fue una nota muy importante para nosotros, fue un caso de mucho impacto, el vil homicidio de un médico del interior del país sospechado de ser comunista, subversivo, etc., llevado de su casa en la madrugada. Fue una nota que nos marcó mucho.
EC —Fue la investigación que demostró que la muerte había sido por torturas y no la versión oficial que se estaba difundiendo.
JMP —Fue muy fuerte para nosotros, fueron varias semanas de cobertura, porque en esos años de dictadura el régimen todavía sostenía que no se torturaba y que si había habido alguna entrega de personas fallecidas en detención había sido por sorpresivos ataques cardíacos o cosas similares. Poder demostrar un caso y tener las pruebas echaba por tierra eso. Por eso fue tanta la fuerza que le pusimos a esa cobertura.
EC —Eran años de tu actividad político-partidaria también en la Corriente Batllista Independiente (CBI).
JMP —Sí, en la CBI que lideraba Manuel Flores Silva. Yo también había trabajado en Opinar con Enrique Tarigo y con Luis Antonio Hierro. En realidad llegué al periodismo por Luis Antonio. Luis Antonio me conocía, mi primer acto periodístico fue publicar una foto de caballos de carrera. Mi tío Juan Antonio Viera me llevó a Maroñas, yo tenía una máquina Kodak Instamatic y me dijo: “Sacá una foto y la publicamos en Acción”. Yo me paré –tendría 14 años en ese momento–, pasaron los caballos corriendo y saqué la foto. Claro, los caballos siguieron de largo, pero mi tío me quería tanto que igual publicó la foto. Creo que me quería más a mí que a algunos lectores y la foto eran los caballos yéndose. Fue una foto muy curiosa que está en algún lado.
EC —En ese momento estaban tu actividad política, tu actividad periodística, todo muy entrelazado.
JMP —Claro, en Acción, a través de mi tío, conocí a Luis Antonio, Luis Antonio después fue a El Día. Cuando estaba por sacar Opinar me lo encuentro en un 121 –en ese momento vendía la Enciclopedia Británica–, y dando la curvita en avenida Brasil, me dice: “Te vamos a llamar porque estamos con el doctor Tarigo por sacar un semanario”, “Ah, bueno, sí, sí, llamame, llamame”. Quedé enloquecido, y al poco tiempo, cuando iban en el número 3 de Opinar, me llamó y me integré.
EC —En el primer gobierno del doctor Julio María Sanguinetti, entre 1985 y 1990, fuiste integrante del Consejo del Niño, que luego fue el Instituto Nacional del Menor (Iname) y más tarde se convertiría en el Instituto del Niño y Adolescente del Uruguay (INAU). Ese fue, de hecho, tu primer contacto con el tema cárceles…
JMP —Sí, en ese momento la ministra de Educación era la doctora Adela Reta, que nos conocía porque había sido abogada de Alejandro Bluth y mía cuando la justicia militar nos citó por el caso Roslik, por alguna nota que le habíamos hecho y por la actividad política. ¿Qué voy a decir de la doctora Adela Reta? Toda una referencia humanista, en derecho penal, en derechos humanos, en visión de género, en derechos de las mujeres, una persona impresionante. Me llamó y me dijo: “El gobierno tiene que integrarse, falta gente, y tú has trabajado en estos temas”. Yo tenía 27 años y medio, casi 28, y le dije: “Mire, doctora, yo estoy muy contento en el periodismo”, “Pero acá hay dos grandes temas que hay que atender, que son la situación de las cárceles y la infancia. En la parte de cárceles tenemos un equipo, una comisión que está trabajando, pero en infancia necesitamos gente”, “Está bien, la acompaño”. Y ahí arrancamos.
EC —Yo hacía referencia a que ese fue tu primer contacto con las cárceles pensando en las cárceles de menores […].
JMP — […] En aquel momento la parte de [menores] infractores del Consejo del Niño estaba intervenida por la Policía, y era la vieja Colonia Berro. Nosotros asumimos, fuimos al día siguiente y aquello era tremendo. Hicimos una especie de intervención, se cambió y trabajamos muchos años con el tema de delito, con el tema de infracción, con el tema de juventud y adolescencia en conflicto con la ley, hicimos una serie de cosas. Fue como un posgrado en el tema.
EC —Esa gestión en el Consejo del Niño también te llevó a trabajar en la búsqueda de niños uruguayos desaparecidos.
JMP —Sí. En ese tema siempre guardaba mucha reserva por su delicadeza, porque creo que son las personas, los familiares que tienen noticia de eso. Era un momento muy particular, pensemos en el año 85 al 90, pero hicimos todo lo que pudimos, porque hubo un decreto que le cometió al Consejo del Niño la búsqueda del paradero de los niños desaparecidos. En ese momento había muchas cosas que no se sabían, todavía no había información de algunas cosas, sí la había de otras. Es un capítulo aparte todo lo que se trabajó en eso.
EC —A partir del 90 viene otro embate del periodismo en tu vida. Pienso en la revista Punto y Aparte, en Taller de comunicación y la revista Tres, por ejemplo. Pero saltemos adelante, vayamos a los años 2000. De 2001 a 2006 fuiste relator especial de Derechos Humanos de Naciones Unidas. Durante esos cinco años condujiste visitas de inspección en nueve países, lo que implicaba, entre otras cosas, recorridas por cárceles. ¿Qué te dejaron aquellas experiencias?
JMP —Era una tarea honoraria –yo trabajaba aquí en otras cosas–, pero que te obligaba a estudiar un tema, en este caso el mandato era sobre trata de personas, especialmente sobre infancia, explotación sexual, comercial infantil y pornografía infantil. Las visitas a terreno implicaban recorrer una cantidad de centros. En algunos países, por un principio que tiene el trabajo en derechos humanos, el principio pro persona, se hace una interpretación extensiva de lo que significa la protección de determinados derechos. Por ejemplo recuerdo Paraguay, Brasil, México, Grecia, Albania. Fuimos a visitar algunos centros donde había jóvenes y mujeres privados de libertad, mujeres embarazadas mayores de edad privadas de libertad, en algunos casos por delitos, en algunos casos por migraciones. Recuerdo en el caso de Grecia un centro para migrantes de una dureza impresionante, ¡en aquellos años! Con un celdario, con personal que les daba la comida en una bolsita de plástico a través de una reja. Las recorridas eran muy fuertes, te obligaban a estar diez días recorriendo, hablando con todo el mundo.
Aprendí mucho, saqué muchas conclusiones. En algunos casos las visitas fueron productivas, porque uno podía reflejar los pedidos de actores locales, de la sociedad civil, de personas de la academia, de distintos actores que planteaban temas y que a veces necesitaban la venida de un actor externo para que algo ocurriera. Y en otros casos las visitas no tuvieron éxito porque los gobiernos estaban muy cerrados o distintos factores hacían que el impacto fuera menor. Pero fue una experiencia muy apasionante.
EC —Desde 2007 hasta hace muy poco te desempeñaste como asesor de derechos humanos de Naciones Unidas en Uruguay. ¿En qué consistía ese trabajo?
JMP —Cambió un poco a lo largo de los años, pero básicamente era en la oficina de la coordinadora residente, que es una especie de primus inter pares de todas las agencias que tiene Naciones Unidas, como una réplica con un gobierno, con distintas carteras, trabajo, infancia, migración, desarrollo, gobernabilidad. El coordinador residente es lo que antes era el representante, una especie de articulador de todas las agencias. Y el asesor de derechos humanos trata de apoyar en todo lo que tiene que ver con derechos humanos, hacer el seguimiento de las recomendaciones que recibe el país de los órganos de Naciones Unidas, los órganos de los tratados de derechos humanos, y en algunos casos trata de impulsar acciones concretas: formaciones, capacitaciones, campañas, interactuar con los organismos de gobierno. Me permitió estar muy en contacto con organismos de gobierno, con la sociedad civil, me obligó también a estudiar, a leer, sobre todo en los últimos cinco, seis años. Y creo que también fue una experiencia interesante en el país.
EC —Si miramos tu trayectoria en conjunto, se nota una tendencia a involucrarte en realidades complejas, duras. ¿De dónde viene esa vocación?
JMP —[Se ríe] ¡Es una pregunta…! A ver el diván, ¿dónde está? No sé, el otro día pensábamos en eso. Supongo que será la formación que uno va recibiendo, la formación que uno va recibiendo en su familia… Creo que hay tres elementos –pensaba también en estos temas penitenciarios y delito–, tres ámbitos fundamentales: la educación, la familia y el entorno. Esos tres mundos son los que nos forman. Lamentablemente para muchos jóvenes o niños y adolescentes esos tres mundos colapsan y a veces ocurre la violencia que ocurre.
En mi caso, tuve una familia que me formó con valores de diversidad, en mi familia había distintos votos políticos, se discutía mucho de política, había mucha gente comprometida con temas políticos. Después la formación, tuve una educación cristiana por un lado, pero también la política estaba muy presente. Y ahí voy al barrio, en el barrio los amigos y la parroquia del barrio, adonde íbamos a jugar al fútbol fundamentalmente. Teníamos un club que se llamaba Club Atlético Tupamaros, que jugaba en la parroquia de Pocitos (estamos hablando en este programa arqueológico de En Perspectiva, de la segunda glaciación). Era un ambiente en el que se hablaba de los demás, de la cosa pública, de los problemas del país. Y obviamente cuando fui al liceo, en los jesuitas, tuve referentes muy importantes. Tuve mi primer curso de derechos humanos los miércoles de noche con Perico Pérez Aguirre. Y después con el padre Aguerre, el Coqui Aguerre, la formación de ver al otro como, y el servir como el gran sentido de la vida estuvo presente.
EC —Es interesante esa mezcla de batllista y cristiano.
JMP —Sí, mi lado batllista viene de la familia de mi madre, mi tío. Y sí, hay una mezcla de cosas. Pero una mezcla también en el pluralismo, siempre hubo gente de todos lados, tuve amigos de todos lados ya en esa época en que jugábamos al fútbol en la calle. De esa mezcla sale ahora este intento.
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EC —A partir de esa historia, quizás la respuesta a la pregunta que sigue es más o menos obvia, pero la dejo planteada igual: ¿por qué te postulaste al cargo de Comisionado Parlamentario para el Sistema Carcelario? Porque la designación no fue automática, hubo 20 candidatos.
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EC —Juan Miguel Petit es abogado y periodista y tiene 58 años. Nos conocemos desde hace más de treinta años. Incluso hemos compartimos tareas: en el consejo editor de la revista Tres (allí la invitación vino de su lado, junto a Alejandro Bluth) y más adelante en las tertulias de En Perspectiva, donde la invitación fue mía. Ahora mismo trabajamos juntos: Juan Miguel está a cargo de un blog de fotos, Golpe de Vista, en nuestro sitio en Internet, EnPerspectiva.net…
JMP —…La idea es mantenerlo. Quiero aclararlo ante las versiones que circulaban de que se iba a bajar [risas]. No, va a seguir.
EC —Te tomo la palabra.
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EC —Recién repasábamos tu historia, tus ocupaciones, tu vocación, y quedaba abierta la pregunta: ¿por qué te postulaste este año al cargo de Comisionado Parlamentario para el Sistema Carcelario?
JMP —Obviamente he pensado mucho sobre esta pregunta y quizás la respuesta neta me vino tomando un café con mi primo hermano Nano Folle, también periodista que también ha trabajado contigo. La frase es “creo que puedo hacer algo”. Si es algo mucho o poco se verá, pero creo que puedo hacer algo en un tema con el cual siempre he estado vinculado, entrando y saliendo, y en el que creo que hay que intentar hacer algo. Además es un tema que se conecta con muchas otras cosas.
Y creo también que era un momento, que era ahora, que no era para más adelante, que ahora me sentía con energía, con ganas, con fuerza, y hubo mucha gente que me alentó también. No es fácil volver a lo público. Lo público es muy atractivo en el sentido de que uno se siente útil, siente que puede hacer cosas, siente que está metido en un tema, pero lo público también es muy duro. Es muy duro para la familia, es muy duro saber que uno está en la prensa, que hay gente que opina, que de pronto tu hija o un familiar van en el ómnibus y dicen “mirá, está el chanta este nuevo que no hace nada”, o “acá está este”, y “¿por qué no hacés tal cosa y hacés tal otra?”, a veces hay incomprensión. Me ha pasado, cuando estuve en el Consejo del Niño algún amigo entrañable me dejó de hablar por considerar que era cómplice de los malos tratos, cuando en realidad uno se mete en estas tareas para tratar de que las cosas funcionen bien.
Básicamente es eso, creo que se puede hacer algo.
EC —Más allá de algunas épocas que estuvimos revisando recién y en las que estuviste cerca de lo carcelario, hubo en tu carrera una vinculación directa con este tipo de actividad, incluso en cargos de responsabilidad. Entre 2000 y 2005 fuiste gerente técnico del Centro Nacional de Rehabilitación. Vamos a recordar de qué se trataba.
JMP —Fue una experiencia muy muy interesante. Un oyente preguntaba si había sido iniciativa mía…
EC —Sí, Rosario pregunta: “¿No fue iniciativa de Juan Miguel aquel centro de reclusión modelo en Colón, donde hoy está la Cárcel de Mujeres?”.
JMP —No, no fue iniciativa mía. Es bueno recordar que fue iniciativa de Óscar Ravecca. Óscar Ravecca, cuando yo trabajé en el Consejo del Niño, Instituto del Menor después, fue un monstruo, un ícono de Uruguay, una persona impresionante, con un humanismo increíble, con un trabajo de apertura y creo que un ejemplo de alguien que nadie sabía ni importaba qué votaba. Somos una sociedad chica, muy politizada, todos nos conocemos y Ravecca estaba por encima de todo con su humanismo. Fue quien armó la Defensoría de Oficio, fue quien luchó por el Patronato Nacional de Encarcelados y Liberados, fue quien estuvo en la primera experiencia de trabajo técnico en las cárceles en el año 85 cuando se abrió la cárcel de Santiago Vázquez.
Crear un centro a medio camino entre la cárcel tradicional y la libertad y el egreso fue una idea de él, idea que también estuvo presente en aquel momento en el Programa de Seguridad Ciudadana, que dirigía Carlos Bastón, un equipo técnico. De quién fue exactamente la idea no lo sé, de allí surgió. Fue una experiencia muy interesante, una experiencia de un centro penitenciario manejado por civiles, con un director civil, un gerente que era civil, un gerente técnico, que era yo, que era civil, un equipo técnico civil y educadores. La seguridad era manejada en ese momento la policía, pero había una dirección de lo técnico.
Esa impronta quedó y es una referencia. Una experiencia que se inspiró en modelos catalanes y canadienses, pero sobre todo catalanes, y que creo que vale la pena recordar. Por ejemplo, se hacía un plan individual de trabajo con cada interno, cada interno cuando entraba tenía un mes a prueba y luego se quedada, hacíamos una pequeña ceremonia en la que a la persona se le explicaba, se hablaba y la persona firmaba. Estaban sus familiares, invitábamos en algún caso a jueces, autoridades a estar presentes, era una fiesta. Muchas veces era muy conmovedor cuando el padre, la madre, un familiar de un preso nos decían emocionados: “Es la primera vez que nos felicitan por nuestro hijo”. Porque le decíamos: “Señora, es un gusto poder trabajar con su hijo”. Y a ellos les decíamos: “Vamos a trabajar juntos, es un gusto estar acá, vamos adelante”.
EC —Te emocionás un poco cuando lo contás.
JMP —Era muy conmovedor, porque además a mucha gente [le he preguntado]: “¿Vos creés que se puede hacer algo?”. La gente… la gente, todos podemos pensar que se pueden lograr cosas, se pueden lograr cosas con personas privadas de libertad, con una persona que comete delitos… Creo que hay dos elementos. Por un lado hay que tener fe, pero aparte de la fe yo vi cosas que es como que te dijera “yo lo vi al Profeta, yo lo vi al Señor”. Vi muchachos que llegaban a ese centro procesados por 35 rapiñas, por 40 rapiñas, y los vi cambiar. Los vi contraer un oficio, los vi aprender, los vi casarse, los vi traer hijos, los vi pedirnos permiso para sacarse fotos con sus hijos y con nosotros, los vi que volvían después, egresados del centro, a buscar apoyo, a buscar una referencia, a buscar orientación. Y años después con algunos me encuentro por la calle y están trabajando, están con su familia y están funcionando como cualquier otra persona en sociedad. Por lo tanto es fe, pero también es convicción de que las cosas se pueden hacer.
EC —En ese cargo fuiste gerente técnico. Ahora la responsabilidad es de otro tipo, es una más vinculada al control. Vamos a recordar cuáles son los cometidos del comisionado parlamentario para las cárceles, creado por ley en 2003. Enumero lo que dice la norma:
“El Comisionado Parlamentario está legalmente facultado para:
a) Promover el respeto de los derechos de todas las personas sometidas a un procedimiento judicial del que se derive su privación de libertad.
b) Solicitar información a las autoridades penitenciarias respecto de las condiciones de vida de los reclusos.
c) Formular recomendaciones a las autoridades penitenciarias. […]
d) Recibir quejas y denuncias sobre violaciones de los derechos de los reclusos.
e) Realizar inspecciones a los establecimientos penitenciarios.
f) Preparar y promover los estudios e informes que considere convenientes para el mejor desempeño de sus funciones.
g) Pedir informes a organismos públicos, abogados defensores, organizaciones de asistencia y otras análogas, con fines de asesoramiento y promoción.
h) Rendir anualmente un informe ante la Asamblea General.
i) Interponer recursos de amparo o habeas corpus, e interponer denuncias penales.
j) Cooperar con entidades que promuevan el respeto de los derechos humanos”.
Es una agenda de trabajo muy exigente…
JMP —Capaz que la podemos resumir. A diferencia de un jerarca de un organismo, el comisionado no es el responsable de sostener la institución. Lo cual lleva a tener una actitud de mucha ubicación y de mucha modestia. Porque a veces es muy fácil entrar a un establecimiento –hospitalario, penitenciario, lo que sea— y ver una cantidad de problemas. Es como una casa, una empresa, uno entra y ve una cantidad de cosas. Pero una cosa es entrar y mirar y otra cosa es saber lo que significa sostener eso y las complejidades de llevar adelante eso. Lo cual no quita aceptar ese rol de venir de afuera y decir “yo sugeriría tal y cual cosa”. Con lo cual creo que la competencia básicamente es mirar, escuchar mucho, procesar esa información, pensar mucho y hacer recomendaciones, hacer observaciones que puedan ser útiles para el sustantivo, para el bien de las personas. Y en ese sentido una de las ideas que traigo es crear un espacio llamémosle de innovación penitenciaria.
***
EC —¿Cuál va a ser tu impronta personal en la gestión como comisionado parlamentario para el Sistema Carcelario?
JMP —Muchas cosas son para mantener lo que fue el trabajo que hizo Álvaro Garcé. Un trabajo excepcional, en el cual me voy a inspirar, los informes que dejó son de una solidez brutal, son muy muy buenos, muy abarcativos. Tú leías al principio de la nota lo que era el sistema penitenciario cuando empieza a funcionar el comisionado. Por un lado hay que seguir ese camino, hay un núcleo obviamente que es la atención de todas las demandas que llegan, y quizás es difícil decir uno mismo “mi impronta va a ser tal y cual cosa”, capaz que es demasiado grandilocuente. La impronta o el estilo, lo que uno puede hacer, se irá viendo sobre la marcha. Como en un partido de fútbol, uno tiene un plan, yo tengo un plan, pero…
EC —… el contrario también juega.
JMP —Claro, tú entrás a la cancha con un plan, movieron, te hicieron un gol, cambió el plan. O te echaron un jugador o dos jugadores. Creo que la meta es, aparte de atender todas esas situaciones que llegan, que muchas veces son puntuales, leer esas situaciones como partículas de una imagen, como píxeles de una imagen. Cuando va a la oficina un familiar de una persona que está privada de libertad y dice “mi hijo –o mi sobrino, no sé qué– no puede ver el médico”, “necesita psiquiatra, no tiene psiquiatra”, “le gustaría tal cosa”, “pide traslado”, todo ese cúmulo de cosas que hay que depurar, hay que ver cómo son, hay que analizar, hay que hablar con la persona, etc., son píxeles de una película. Esa película es la atención a la política pública, la atención a las personas privadas de libertad.
La idea es tratar de ayudar y ser un factor de consolidación, de mejora, de aumento de todo lo que puede ser una política penitenciaria, que en el país ha avanzado mucho pero todavía se puede hacer mucho más y falta llegar a la otra orilla. Estamos a mitad de camino, y siempre que se está a mitad de camino se corre el riesgo de quedarse ahí –algo muy uruguayo–, volver para atrás o seguir para adelante. Mi aspiración es que la oficina del comisionado parlamentario sea un actor más, no el único, uno más, que ayude a llegar a la otra orilla y tener un sistema penitenciario más lejos de eso que leías al principio, de conflictos, motines, hacinamiento, etc. Muy lejos de eso y muy cerca de los modelos penitenciarios y de atención a la violencia en Cataluña, en los países nórdicos, en Canadá, y que Uruguay sea una referencia.
EC —Estás pensando en algún tipo de convocatoria a otros actores, a otras voces para que intervengan en este proceso, lo decías recién al pasar.
JMP —Sí, creo que, dentro de ese acotamiento que tiene nuestro rol –porque obviamente el comisionado parlamentario no es un ministerio, no es una agencia de desarrollo, no es una agencia de políticas sociales, etc.–, puede funcionar como caja de resonancia, como espacio de debate, de diálogo, de encuentro. La idea es generar un espacio llamado algo así como espacio de innovación penitenciaria. Es un lugar de encuentro donde periódicamente podamos fomentar la existencia de una masa crítica de actores. En todos los problemas sociales creo que lo primero es tener claro cuáles son, pero además tener una masa de actores dispuestos a meterse en el tema. Acá tienen que ver organismos de gobierno, organismos locales, intendencias, empresas, organizaciones no gubernamentales, la academia, las universidades, la universidad pública y las universidades privadas, los ciudadanos también, por qué no, pero sobre todo los actores institucionales para pensar, para hacer, para pensar en políticas, para pensar en acciones, en fomentar innovaciones.
Hay mucha gente que hace cosas innovadoras y no se conocen. Hay gente que de pronto sostiene durante años en un centro penitenciario un grupo de teatro, un grupo de lectura, un curso de cocina. Son experiencias que es muy bueno que se conozcan porque contagian. Así como lo malo contagia, lo bueno también contagia. Hay que buscar espacios para multiplicar esas buenas prácticas, para que se conozcan y que la gente diga “no estoy solo, estas señales están teniendo una repercusión”.
EC —¿Con cuántos colaboradores cuenta el comisionado parlamentario?
JMP —La ley es muy clara en ese sentido, el comisionado parlamentario puede tener hasta diez funcionarios en comisión, lo cual no quita que podamos tener algún mecanismo de pasantías. Esa es la idea, tener algún sistema de pasantías o de convenio con instituciones que nos puedan ayudar en algunas temáticas. Cuando me presenté a la postulación y a la comisión de legisladores que seleccionaba, llevé una especie de pequeño plan de trabajo y uno de los planteos fue: además del informe anual –el comisionado tiene que hacer un informe anual y puede hacer informes especiales cuando hay un tema coyuntural, un informe de emergencia–, presentar un informe a los dos meses cuando termine la recorrida de los establecimientos y también un informe temático anual. Tomar un tema en profundidad y agregar al estado de situación general un enfoque temático.
EC —Las competencias del comisionado parlamentario se limitan al sistema penitenciario de adultos. Pero ha habido más de una iniciativa –en la legislatura pasada fue el diputado colorado Juan Manuel Garino, ahora hace poco la senadora Verónica Alonso, del PN– para extender esas atribuciones al sistema de reclusión de adolescentes. ¿Qué opinión tenés al respecto?
JMP —En eso tengo una opinión bastante pensada desde hace mucho tiempo. Creo que son mundos totalmente diferentes y hay que trabajarlos por separado, en el terreno e institucionalmente. Ya en aquellos años del 85 al 90, cuando incluso hubo una propuesta legislativa para bajar la edad de imputabilidad, recuerdo que participaba en varias comisiones y fuimos a informar al propio Parlamento en el sentido de que tienen que ser dos realidades diferentes. Creo que también el seguimiento, el monitoreo, la tarea de ombudsman tiene que ser de instituciones diferentes. Lo cual no quita que exista una tarea de ombudsman para el tema infancia, que en Uruguay está realizando la Institución Nacional de Derechos Humanos (Inddhh). En algunos países puede existir hasta un área especializada en temas de infancia, Francia tiene ombudsman de infancia. Pero creo que es muy importante separar las dos realidades. Niños y adolescentes, jóvenes, y por otro lado a partir de los 18 años.
EC —Justamente, desde 2008-2009 existe también la Inddhh, que se ha ido fortaleciendo y ha venido actuando ante diversas denuncias vinculadas con centros de reclusión. ¿No hay una superposición de funciones entre el comisionado y la Institución en esa materia?
JMP —No, no es que haya superposición de funciones…
EC —Hay dos organismos que dependen del propio Parlamento.
JMP —Claro. Hay un mecanismo que está creado por un protocolo que se adiciona a la Convención contra la Tortura, el llamado Mecanismo Nacional de Prevención de la Tortura. Los países que lo ratificaron –Uruguay ratificó– se comprometen a tener un mecanismo de supervisión de las cárceles, de visitas continuas, con objetivos de prevención. En Uruguay lo tiene la Inddhh, pero también el comisionado hace esa tarea.
EC —Por eso digo, ¿cómo se entiende?
JMP —Hay que articularlo. Cuando se hace el Protocolo Adicional a la Convención contra la Tortura, obviamente se hace con una norma internacional, no se piensa en la realidad de cada país, y cada país ha ido encontrando soluciones. En algunos países existen múltiples mecanismos nacionales de prevención, en Argentina hay más de 15, en Brasil hay muchos también por el tema del gobierno nacional y los gobiernos federales.
Es uno de los temas que vamos a conversar con la Inddhh. Pedí una entrevista para saludarlos, es una institución muy querida, muy importante. A veces en Uruguay nos cuesta coordinar, pero en estos asuntos es muy claro que hay que unir esfuerzos. No hay una cantidad de gente involucrada en estos temas en el terreno, por lo tanto cuanta más gente haya, mejor. Hay que afinar la puntería, lo que hace cada uno, comunicarse y trabajar.
EC —La superpoblación carcelaria ha mejorado. Supo estar en 120 %, 140 % cuando el último informe del relator especial de Naciones Unidas del año 2012, ahora está en 109 %. Otro problema es la tasa de prisionización: 300 personas cada 100.000 habitantes, es muy alta. Por ahí están los principales desafíos. ¿O no son esos?
JMP —Sí, esos son parte. Superan un poco lo que es lo penitenciario. La tasa de prisionización es algo que es bueno dejar para el final para reflexionar: ¿qué nos pasa a los uruguayos que metemos tanta gente presa? ¿Por qué la cárcel sigue siendo una herramienta tan usada, mucho más que en otros lugares? ¿Qué nos está fallando? Probablemente eso tenga que ver con otros ámbitos de la socialización, con esos mundos de que hablábamos, la familia o los grupos de crianza, la educación y el entorno, el barrio, la esquina, los amigos.
EC —Además la práctica judicial, porque en Uruguay está demasiado extendida la prisión preventiva.
JMP —También. Pero puede decirse que aun eso tiene que ver con esos tres focos que son los que forman nuestra manera de pensar y decidir las cosas. Hay mucho para trabajar en eso, la cárcel no puede ser la única solución, hay que trabajar antes, hay que llegar antes a los problemas sociales, hay que trabajar antes de que exploten, y sin duda eso tiene que ver con la prevención de la violencia y con el trabajo social.
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Transcripción: María Lila Ltaif