Por Rafael Pérez del Castillo ///
La vida es violenta. La naturaleza es cruel. El mecanismo de supervivencia y reproducción que rige el reino animal es brutal. Se debe matar para comer y la especie humana no escapa a esta realidad. La violencia es, lamentablemente, necesaria para la sobrevivencia de la especie.
La historia se encarga continuamente de dejar evidencia que la violencia es parte intrínseca de la naturaleza humana. Guerras, genocidios, masacres, agresiones en la vida cotidiana, la vida doméstica, agresiones contra otras especies y contra nuestro propio planeta. Estas no son solo cosas del pasado remoto, son realidades del hoy y seguramente del futuro. Por suerte, tenemos mecanismos para civilizar nuestros instintos primitivos.
Se dice que el boxeo y la lucha son la madre de todos los deportes. Desde tiempos ancestrales, en distintas partes desconectadas del planeta, los guerreros en reposo tras la batalla solían organizar luchas entre contendientes de similar “categoría”. Las lides procedían bajo una serie de estrictas reglas de combate, disciplina y respeto mutuo. Funcionaban como una suerte de terapia que sosegaba las mentes de estos bárbaros y salvajes guerreros y mantenía una convivencia armoniosa mientras esperaban ansiosamente su próxima batalla. Se gestaban así las primeras actividades de competencia organizada sujeta a determinadas normas donde se ponían a prueba destrezas, habilidades o aptitudes físicas de los participantes. Nacía el deporte.
La práctica del deporte logra controlar, apaciguar y canalizar sanamente el instinto violento del ser humano. La mayoría de los actuales deportes son alguna forma de duelo estilizado con una pelota, raqueta, palo o taco. La agresividad, el ataque, la defensa, son metafóricas. Al fútbol y al básquetbol se juega, pero no se juega al boxeo. En el boxeo no hay metáforas, la violencia es explícita.
Que la canalización de la violencia es especialmente lograda a través la práctica del boxeo no es una mera interpretación teórica o una idea romántica. Es una realidad palpable, concreta y muy fácilmente comprobable. Basta con acudir a un gimnasio de boxeo de barrio para vivir la experiencia. A los gimnasios de boxeo se arriman muchos individuos con fuerte inclinación a la violencia. Algunos de ellos provienen de contextos sociales o realidades familiares problemáticas.
Es a través del boxeo, la disciplina, el respeto, la rigurosidad del entrenamiento y la naturaleza del deporte que uno logra conectarse con su instinto violento de manera mucho más sana. “Si no fuera por lo que me enseñó el boxeo, estaría en la cárcel o muerto” es una frase frecuente de boxeadores consagrados.
Es que para poder boxear se debe entender, controlar y manejar afinadamente los impulsos violentos y el temperamento. Quizá sea de las primeras lecciones que se aprenden al entrenar boxeo. Basta con subir al ring un puñado de veces para que la lección se grabe a fuego en el inconsciente. Una enseñanza inmensamente valiosa. “Mente fría/sangre caliente” dice un viejo refrán del pugilismo.
El boxeador debe ser una persona calma, alerta y pensante. Entrena para mantener la frialdad y tomar decisiones técnicas y de estrategia de combate aún en momentos donde se encuentra superado por su adversario, siente dolor, impotencia, fatiga extrema e inestabilidad física.
Winston Churchill decía: “El coraje es la mayor cualidad humana, ya que hace posible el resto de las cualidades”. Los púgiles desarrollan, mediante un riguroso entrenamiento, los atributos propios de un deportista de elite, a saber: potencia, fuerza física, agilidad, inteligencia, flexibilidad y resistencia, pero además necesitan de un coraje indomable. Son poseedores de la más valiosa cualidad.
Si no se entiende el boxeo en toda su dimensión es imposible entender quien fue Dogomar Martinez. De nada vale recordar sus hazañas, sus innumerables títulos nacionales continentales, su carácter, su coraje y su entrega para quien no sabe apreciar estas cosas. Algún ignorante podrá recordar a este épico personaje de la historia deportiva uruguaya como un hombre belicoso y violento, dada su condición de púgil. Nada más lejano de la realidad. Lo contrario es lo acertado.
Dogomar Martinez fue un excelente deportista, que se enfrentó a los mejores y, ganando casi siempre como perdiendo a veces, cubrió por igual de gloria al boxeo uruguayo. Muy querido, caballero, humilde, honesto, sencillo y solidario. Fue un maestro y un formador de jóvenes. Fue el más grande representante del noble deporte de los puños que tuvo nuestro país. Hay que recordarlo por lo que fue, dentro y fuera del ring.
Ojalá este país produjera más hombres como Dogomar Martinez.
QEPD, Dogo.
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Sobre el autor
Rafael Pérez del Castillo (uruguayo, nacido en Lima, Perú, 1986) es licenciado en Economía por la Universidad de la República y se dedica profesionalmente a la gestión de proyectos. Fue boxeador aficionado y entrenador de boxeo. Actualmente colabora con Quebracho, un centro juvenil sin fines de lucro dedicado a la asistencia académica y la formación de jóvenes a través de los valores deportivos y la práctica del boxeo.
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Dogomar Martínez (1929-2016): Campeón dentro y fuera del ring
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Foto en Home y mosaico: Dogomar Martínez en diciembre de 2007 (Archivo). Crédito: Javier Calvelo/adhoc Fotos.