Por Emiliano Cotelo ///
Hace una semana falleció, a los 73 años de edad, Lincoln Maiztegui. La novedad sacudió a la cultura uruguaya. Y también le pegó al grupo humano que hace cada día este programa. Y me pegó fuerte a mí. Es que Lincoln Maiztegui fue uno de los miembros fundadores de las tertulias de En Perspectiva.
Cuando en abril de 2001, junto a Javier Massa, lanzamos aquella novedad en nuestras mañanas Lincoln integró el elenco inicial de 20 valientes, a quienes les correspondió la responsabilidad de demostrar que ese formato, que no existía en las radios uruguayas, era válido y viable.
Si nos guiábamos por el escepticismo de buena parte de nuestro público, la tarea de imponer aquellas conversaciones no aparecía como algo sencillo. Y bueno: en aquel equipo de pioneros el aporte de Lincoln resultó fundamental, por su autoridad en materia de historia, su cultura amplísima, su versación en ópera, música clásica y cine, su cabeza política de clara matriz blanca condimentada por su pasaje por el socialismo, su largo oficio periodístico, su fanatismo "bolsilludo", su vocación por la docencia, su voz tan particular y la pasión con que exponía sus ideas.
De todos modos, eso último, la pasión, terminaría revelándose como un arma de doble filo. Les cuento, en ese sentido, dos anécdotas. Él integraba la primera mesa de los jueves junto a Fernando Andacht, Marcelo Pereira y Ana María Renna. Y un día entre Lincoln y Fernando se produjo un choque de alto voltaje. No recuerdo exactamente cuál era el tema, porque entre ellos dos hubo varias discusiones fuertes en aquellos meses iniciales. Pudo haber sido cualquiera de los asuntos que a Lincoln lo sacaban de quicio, por ejemplo las campañas contra el humo de tabaco o la gestión del Frente Amplio en la intendencia de Montevideo… Lo que sí tengo muy presente fue cómo, a partir de un entredicho que se fue tensando, en determinado momento Lincoln pasó con una “aplanadora” sobre Fernando. Le dijo algo así como: “Entonces, como semiólogo sos un perfecto fracaso”.
La frase en sí ya sonaba muy cruda, pero la forma cómo la dijo, con toda la vehemencia de que era capaz, produjo en el estudio un silencio helado. Después de unos segundos Fernando respondió, como correspondía, Lincoln se mantuvo en su posición, Fernando volvió a la carga en su defensa y yo me vi obligado a poner una pausa antes de la hora prevista.
Unos días más tarde, Lincoln me llamó por teléfono y me comunicó que había resuelto dejar las tertulias. Me dijo que había pensando mucho en aquel episodio, que él era consciente de que tenía un temperamento fuerte y que, por eso mismo, las discusiones en vivo, todas las semanas, en la radio, implicaban una exposición excesiva que conllevaba el riesgo de desbordarse otra vez. Agregó que prefería quedarse en el periodismo escrito, donde tenía tiempo de revisar sus palabras y sus tonos antes de que las notas se publicaran.
Entendí sus razones y, con todo el dolor del alma, acepté su renuncia. De todos modos, le agradecí la honestidad con la que encaró aquella autocrítica. Su gesto, incluido el perdón que hizo público, fue una lección para todos nosotros en aquella etapa de maduración del proyecto de las tertulias. Gracias a él pudimos retomar el rumbo que impulsábamos, en pos de un intercambio de ideas quer fuera siempre civilizado y constructivo.
En aquel momento Lincoln se corrió a un costado, pero no se desvinculó de nuestro programa. Él quería evitar la presión de la presencia semanal pero estaba dispuesto a participar cada tanto, si lo necesitábamos. Efectivamente, más de una vez lo invité para entrevistas centrales en las que él ayudó a dar contexto histórico a noticias de la actualidad. Y, con el tiempo, de a poco, también aceptó cubrir algunas suplencias en algunas mesas. Fue así que, por ejemplo, sustituyó a Antonio Mercader y desde esa butaca mantuvo polémicas muy frontales con Esteban Valenti.
Pero, sobre todo, quiero destacar la cantidad de veces en que –con enorme entusiasmo- se sumó a la tertulia de los viernes. En ese ámbito, menos político y más volcado a lo cultural, Lincoln se sentía como pez en el agua. Mantenía una relación de cariño y respeto intelectual con sus compañeros de mesa, en especial con Maggi, Rosencof, Grompone, Carmen Tornaría y Matilde. Eso facilitaba todo, en especial cuando abordábamos asuntos históricos, donde él hizo aportes interesantísimos, llenos de erudición y de espíritu provocador. Los oyentes disfrutaron y aplaudieron aquellos debates de alto vuelo, a veces en el estudio de radio, otras en las fonoplateas, porque Lincoln nos acompañó encantado a varias de nuestras emisiones “en movimiento”.
Una de esas salidas terminó siendo antológica. Aquel viernes realizamos el programa desde un colegio privado. El público estaba formado, básicamente, por liceales. En la mesa, los cuatro popes sacaban conejos de sus galeras buscando sintonizar con aquel público tan joven. Costaba. No era fácil. Hasta que, a los 10 minutos, ocurrió el shock. Lincoln, acostumbrado a dar clases a estudiantes de esa edad, le preguntó al auditorio quién era el autor de Ariel. Del otro lado, silencio sepulcral y caras de pánico. El profesor insistió pero consiguió apenas dos aciertos. Lincoln golpeó la mesa, exclamó que no podía creer que esos alumnos tuvieran semejante bache y agregó: “¡Esto es una vergüenza nacional!”. Todos nos quedamos petrificados. Pero él continuó con su alegato y dio un paso más. Preguntó quiénes sabían quién había sido Julio Herrera y Reissig. Esa vez no hubo ni una respuesta correcta. Ante ese panorama la furia de Lincoln dio otro salto y sentenció: “¡Esto es una tragedia!”
Maggi no podía creer lo que acababa de ocurrir y analizaba la escena cual guionista de teatro tratando de inventar un desenlace. Rosencof sonreía y le hacía gestos a los botijas con aire de complicidad. Yo observaba a las autoridades del colegio y algunos padres, que también estaban presente, todos anonadados. Temimos lo peor. Pero el resultado fue el contrario. Aquel rezongo del viejo maestro sacó a los botijas del letargo y cambió mágicamente el clima en la sala. De ahí en adelante la tertulia adquirió una dinámica de lo más fluida y contó con varias y muy buenas intervenciones de la audiencia estudiantil.
Al final, fuera del aire, los chicos se acercaron al escenario para seguir la discusión mano a mano y tomarse fotos con aquellos veteranos que los habían atrapado. Y adivinen quién era el más solicitado… ¡Lincoln, por supuesto!
Como ustedes comprenderán, entonces, yo agradezco profundamente a Lincoln Maiztegui por todo lo que él contribuyó, desinteresadamente, al mejor legado de En Perspectiva. Estoy seguro de que para la mayoría de ustedes, nuestros oyentes, cada presencia de Lincoln en nuestros micrófonos era un desafío a la reflexión y un motivo de enriquecimiento. Para mí fue un privilegio, un honor y un placer haber trabajado tantas veces con él.
En Primera Persona
Viernes 18.09.2015, hora 08.00
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